Los americanos son pragmáticos. Al pedo, pero pragmáticos.
Fueron hace 40 años a la Luna, en lo que debe ser el recuerdo más primario que retienen aun mis neuronas y una de las inutilidades mas costosas de la historia.
Si, que le voy a hacer. Nací en un mundo donde por televisión se veían viajes a otros planetas.
Se podría decir que soy un “nativo” interplanetario, mas que digital, en un mundo de “migrantes” a radio a galena.
Los europeos en cambio son diferentes. Salvo los alemanes (y algo los ingleses), antes de viajar a la Luna o a cualquier otro lado se hacen tantas preguntas, llenan tantas listas y consultan a tantos expertos que antes de empezar la construcción de la nave ya han desistido. Es una cuestión filosófica.
Los franceses son especialistas. Se quedan en casa pero ilusionados. Nada ni nadie les va a sacar el placer de la ilusión.
Pero en la Argentina es todo completmente diferente: ni vamos a la Luna ni nos hacemos las preguntas que nos paralizan. Para entender porqué se hacen o se dejan de hacer las cosas hay que usar otras herramientas conceptuales.
Vivimos en el país de las psicopateadas, de la irresponsabilidad en el que nadie hace nada (pero se entregan excusas “a granel”).
Algunas personas hacen, pero porque otros las han psicopateado.
No estoy en maestro ciruela: basta con andar unas pocas cuadras para hacer el inventario de las miles de tareas que no se cumplen, de los problemas que no se resuelven y de las programas que se dejan cajoneados.
Claro que hay excepciones (y por dios!, que esas personas no se me alejen), pero la verdad es que con una psicopateada por acá, una desmentida por allá y una biblia colgada en el calefón mas allá el carro sigue su camino hacia el Riachuelo.
Los desmentidores andan con su practicidad, llendo y viniendo resueltame: te cuentan de sus viajes, de sus pobres familiares enfermos, de lo que ayudaron a alguien alguna vez o de lo que uno quiera escuchar, mientras nosotros seguimos acá, en el mar de las dudas, mirando el mundo en Internet.
La peor noticia es que estos rasgos (el psicopata que hace y el neurótico que se deja hacer) se oponen punto por punto, están como hechos del mismo metal.
Así vivimos. Como si los eventos de la vida nacional sucedieran entre dos polos, en una especie de cuba electrolítica con tangos y quebradas.
Quizás sea una forma de entender la irresponsabilidad circundante y el descuido del contexto que nos hace tan argentinos.
Manifiesto del neurótico
Con estas cosas en la cabeza se me ocurrió un manifiesto, una declaración de independencia, que se podría formular así:
Desde ahora las neurosis prescindirán de las psicopateadas.
Estos es lo que vengo tratando de descular estos días: si la inacción de algunos con los que interactúo, si el hiper-apego a la ley de otros y la falta de angustia de aquellos se resuelve únicamente con los boludos actuando el guión de los avivados.
Es que desde el punto de vista de las estrategias algunos piolas (o ingenuos que los imitan) tiene la habilidad para rastrillar lo que los otros han rechazado como propio para con eso construir una zanahoria gigante.
Así, sacudiendo el premio a distancia constante, el psicópata impone formas sutiles de exigencia, incita al terráqueo a la acción, a empujar el carro.
No importa que sea sindicalista, contacto, amigo, jefe de, político, comerciante: sabrá hacerte actuar, al menos en el lenguaje argentino.
Eso nos diferencia de los americanos y de los europeos.
Así lo pensaba Favaloro, (no era un santo de mi devoción) cuando escribió en su nota de suicidio:
“¡Lo que tendría que narrar de las innumerables entrevistas con los sindicalistas de turno!
Manga de corruptos que viven a costa de los obreros y coimean fundamentalmente con el dinero de las obras sociales que corresponde a la atención médica….
A mí me ha derrotado esta sociedad corrupta que todo lo controla.”
Por suerte nací en la época de la televisión y tengo un control remoto en la mano.