Si tengo alguna experiencia vital es la de usar los transportes públicos. En trenes, colectivos o subtes he pasado el 10 % de mi vida en Buenos Aires. Unos 4 años netos, descontados mis años en Tierra del Fuego, en otros viajes y de vacaciones.
Entonces el tema de estar cerca, estar próximo, cuando no apelmazado con otras personas desconocidas es algo que he tenido en la cabeza todos estos años, mientras estaba transportándome apretado como una sardina.
Si bien el par proximidad/lejanía es de algún modo ancestral, la palabra que aclara mucho el asunto es proxemia, un vocablo recién fue inventado en 1963 por el antropólogo estadounidense Edwuard T. Hall al investigar los efectos de la proximidad entre humanos.
Uno de las ideas de Hall fue que el espacio físico que separa a las personas depende del contexto que las vincula mas que de la geometría euclidiana, lo que incluye aspectos históricos, culturales, singulares, climáticos, etc.
Por ejemplo: los alemanes tienen distancias proxémicas mayores a las de los brasileños, es decir que en las misma situaciones sociales necesitan estar mas lejos para no sentirse incómodos.
Pero poco se puede entender la proxemia sin saber que es la proximidad misma: en la Edad Media habían encontrado que próximo era todo aquello a lo que se llegaba caminando en el día, y lejano a lo que se accedía después de pasar una noche durmiendo en el camino.
Quizás la Iglesia, con lo de amar al prójimo como a ti mismo, se haya de ocupado de una situación en realidad diferente a la enunciada. Si las personas se ocupaban mas de sí que de los que tenían próximos y menos aún de los que estaban lejos. ¿Porqué no amar al lejano como a ti mismo?
Otra forma de lo lejano en lo cercano es la de sensación que muchas veces he tenido, posiblemente gracias a la perspectiva de Las Meninas de Velazquez, de estar fuera, de estar en un punto de vista respecto a la escena vivida en el sutbe, aun cuando estuviera en un vagón yendo de una estación a otra.
Los proxenetas tambien se alojan en esa zona que no es próxima ni lejana: son extranjeros y protectores al mismo tiempo de las personas a las que explotan sexualmente.
Estas cosas tenía en la cabeza cuando me encuentro con Proximus, una empresa que ofrece un servicio de seguimiento de cada uno de los clientes o usuarios de un espacio público con una precisión de 1,5 m cada segundo, sin cámaras y sin leer los smartphones de los circulantes.
Supuestamente lo que permite esta tecnología es ubicar en una posición óptima no solo al producto sino al mismo cliente para que realice la compra, o al visitante para que utilice mejor un espacio recurriendo a luces, señalética, olores o lo que fuere, reconociendo las zonas calientes de un supermercado, los puntos ciegos de un shopping, las costumbres del cliente archivadas en BigData, etc.
Se trata de otro ejemplo más de como los algoritmos inundan las vidas y las convierten en puntos de paso de secuencias extensas de protocolos informacionales.
Servicios como el de Proximus rediseñan el aquí y el allá, lo cercano y lo lejano, aquelllo que está a la mano y lo que nos estamos perdiendo y lo hacen sin preguntarnos nada, simplemente tomando los datos que dejamos mientras estamos por ahí.
¿Que queda entonces de la vieja proxemia de la modernidad en el mundo posthumano?
Quien sabe. Posiblemente poco a poco los modos de percepción se vayan mcdonalizando hasta ese puento en el que las cadenas de comida chatarra tienen que ofrecer algún producto local para sostener las ventas.
En los espacios físicos compartidos, cuando estemos muy cerca, algún sensor nos va a orientar hacia atrás y por el contrario si nos alejamos de más alguna sensación nos va a sugerir que nos acerquemos. Como una etiqueta invisible y performativa.
Con los años los algoritmos hasta puedan llegar a dar momentos controlados de zozobra, como pequeñas situaciones de montaña rusa en espacios regulados por bases de datos.
Quizás algo así como simulacros de accidentes que se conviertan en promociones de algún nuevo consumible, que a su vez se transmita a googlecristalinos intraoculares.
Momentos controlados, culturómicos, maquínicos, programados. Burbujas de tiempo, proxemias reguladas, globos de felicidad e infelicidad a medida.
Aun así lo mas probable es que los medios de transporte público no cambien mucho respecto a cuan apretados nos sigan llevando.