Me atraen las extrañas oscilaciones que tiene este mundo: de esas con las que aprendo en el consultorio. También de las grandes vibraciones, esas que leo en los grandes medios y que comento desde esta pequeña antena que es mi blog.
Y veo ahora como caen Dilma y el chavismo. Y veo como ganan Trump y los Brexit. Y veo que Hollande lucha incansablemente por romper derechos laborales casi centenarios en Francia y veo que en España hacen ruborizar al mismísimo generalísimo.
Veo y me entero de muchas cosas difíciles de entender. Trabajadores inmigrantes que en los paises centrales de Occidente aceptan hasta 24 hs de trabajo continuo, en tres puestos mal pagados de 8 horas que mueren mientras duermen en los estacionamientos. Veo otros casos más suaves: gerentes de cadenas de comida chatarra que cobran menos de 1000 dólares al mes que terminan usando su sueldo para pagar el tratamiento del burnout. ¿Qué cornos nos pasa? ¿Estamos ciegos?
¿Cuales son las claves para comprender estos procesos; cuáles los intereses en conflicto, quienes están involucrados?
Empecemos por el Brexit
Me atraen las oscilaciones. Una de las ondulaciones recientes que uno puede entrever en los diarios ha sido el Brexit. Un referéndum de junio de este año en el que el 52% de los británicos votó por aislarse del resto de Europa, lo que resulta ahora en un proceso bien complicado entre el Reino Unido y el resto de los países de Europa.
Los trabajadores ingleses han votado. Han dicho queremos salir de la Unión Europea. Dicen: no queremos que nos terminen de sacar lo poco que tenemos.
Ya se ven signos de reducción de personal en la industria de la construcción, en las fábricas de automóviles y en los comercios a la calle pero no importa. La pequeña recesión en todas las industrias claves abre perspectivas pesimistas sobre el crecimiento, el empleo y la inversión en Inglaterra y viendo como vienen las cosas lo que se puede decir es que el Brexit fue más un síntoma que una causa. El Brexit expresa algo.
¿De donde viene todo esto? ¿Qué es lo que nos cuesta ver que tiene que venir el Brexit a sacudirnos? Uno piensa que la crisis financiera mundial de 2008, en la disminución del ritmo de crecimiento del capitalismo, en el aumento de la desigualdad por doquier, en el endurecimiento de todos los bordes y fronteras pero al menos mi no me alcanza. Es como que están todos ciegos. Como que estamos todos ciegos. Una ceguera selectiva.
Una hipótesis posible para entender esta ceguera es que los votantes están enojados con cómo viene la mano: están enojados con los gobiernos que fueron incapaces de evitar la gran crisis y con los bancos que se comieron la torta. Con los bolsillos llenos de enojo votan a los candidatos de derecha como Donald Trump o Le Pen en un gesto de provocación final. Como una víctima que abusada que se entrega al violador, sin gritos, sin sacudones, sin resistencias.
Es decir que el Brexit es como una revuelta contra lo establecido, no una ideología de izquierda o derecha, en la que los mejor posicionados para aprovechar la movida son paradójicamente los conservadores.
¿Y el Brexit en Argentina?
En Asia o América Latina los votantes han ido derribando gobiernos de derecha populista a favor de gobiernos ortodoxos como Mauricio Macri o Pedro Pablo Kuczynski en Perú .
Como en Europa ahora, los votantes pobres o muy pobres avalaron la reducción de impuestos de los ricos, algo que éstos posiblemente hubieran logrado de cualquier forma. Sin embargo ¿Qué es lo que el 96 % de la población espera lograr arrodillándose frente al 4 % restante?
Vemos cómo se idolatra en las publicidades de detergentes a familias tradicionales que son dejadas sin bacterias en la piel gracias a un chorro de fórmula secreta, al mismo tiempo que las clases controladas son convertidas en redes de hogares monoparentales por la ausencia o la encarcelación de un padre que carece de un lugar productivo.
En Argentina el proceso coincide con un círculo que completa un giro iniciado hace 70 años. En su momento, llevada contra el precipicio, la clase conservadora había inventado la mascarada del “peronismo”. Como Mandela, Perón vino a abrir una compuertas que si no hubieran estallado.
Perón vino a emprolijar las cosas para que los industriales proveyeran también a un mercado interno, que no era lógico que se mantuvieran escuálido: como un megapadre protector el General contó suaves cuentos al oído de una sociedad que quería dormirse escuchándolo y que llegaría a su máxima expresión en el menokirchnerismo, cuando las clases doblegadas entregaron a Menen y a los Kirchner los medios políticos para desmantelar hasta sus propias conquistas de décadas atrás, cerrando el círculo.
Gorilas y peronistas, goriloperonistas, magistralmente lograron oponerse entre sí, sin revelar que eran las dos fracciones del mismo montruos conservador.
La política y los medios se recompusieron alrededor de ellos, compitiendo a través de sentimientos de corto plazo, nacionalismos, consumo chatarra o simplemente con mensajes reaccionarios acusándose unos a otros dentro de un sainete que con Ezequiel Borensztein bautizamos #macristinismo.
Mientras la “élite” gorila-peronista se daba hasta el lujo de identificarse con las innovaciones sociales, sexuales o digitales comprándose iphones en los ratos libres en sus viajes pagos a los paises centrales, se preparaba a un grupo de jóvenes talentosos para que, en jornadas de 8 horas, destilaran una visión pesimista respecto de las capacidades del progreso colectivo y colaborativo, irradiando al mismo tiempo la idea de que hay que endeudarse para pagar las tarifas, hay que dejar de usar electrodomésticos y hay que vivir, cada uno, austeramente.
Esta visión, introyectada en las clases controladas, se expresa en temor actual a perder jornadas de un trabajo mal pago, tal como le sucede a los trabajadores ingleses.
De algún modo el Brexit aparece en un buen momento entonces para esta coalición controladora, acá y allá, irradiando un modelo de sobriedad y sacrificio sobre trabajadores dispuestos a defender las pocas cosas que aún tienen en sus manos.
¿Qué dicen los conservadores?
No hay que perder de vista que el capitalismo (entendido como lengua básica del mundo) se hunde más y más, se va desmembrando por el límite que encuentra en la naturaleza misma, al tiempo que lo industrial en sí se disuelve como matriz organizadora de la sociedad, con el consecuente aumento de incertidumbre del futuro.
Ya nadie respeta al capataz, ni al policía, ni al cura, ni a ningun representante de un Poder organizado radialmente: simplemente porque las sociedades se han dado cuenta que en el centro no hay nadie.
Pero esta certeza sobre que no hay nadie ahí, en el centro, significa inversamente una incógnita respecto a cómo se regularán las cosas de acá en adelante. La inseguridad económica apunta desde todos los nodos de una red.
Entonces vienen los conservadores a la palestra y cuando la crisis es en realidad económica ellos invierten en publicidad y atribuyen todo al “quiebre de la familia” o a la decadencia de un Estado demasiado presente, cuando lo que en realidad ocurre es que este modo de producción fallado.
Y no solo es que la naturaleza fue exprimida hasta un límite. La verdad es que la producción de bienes y servicios cada vez requiere menos de los humanos trabajando. La verdad es que las máquinas son mejores en muchas cosas y al mismo tiempo los humanos no estamos pudiendo ya sostener a este engendro del capitalismo creciendo y creciendo locamente.
El Brexit tiene que ver entonces mas con una nueva vara para nombrar la relación política/sufrimiento que con una decisión de autonomizarse de las clases trabajadoras. El Brexit y sus formas son una medida de cuánto están dispuestos a trabajar sufriendo en manos de estas élites.
El auge del conservadurismo queda ligado así a una reafirmación religiosa, a la templanza familiar, al rechazo de lo aborigen, al antiestatalismo setentista y a la celebración de un individuo simultáneamente calculador e iluminado, joven e internético, que es capaz de ignorar a los que le hablan del extractivismo, del desastre ambiental, de la insalubridad de ciudades enteras carentes de cloacas o agua corriente, llenas de madres adolescentes que con suerte tienen trabajos que no les alcanzarán nunca para salir de la pobreza.
Y así es como el Brexit es entendido por los conservadores. En en Reino Unido y en Argentina.
¿Que dicen las izquierdas?
Mientras todo esto ocurre los socialistas han permanecido inmóviles: el concepto de clase social desaparecido casi de las discusiones, y en poco tiempo no va a mencionarse que un pequeño grupo se ha apropiado del trabajo de otro.
Las izquierdas tradicionales han aceptado una forma angelical y ornamental: organizan homenajes y cuidan que los animalitos y las plantas no sufran más de lo necesario cuando se desmantelen hasta los zoológicos. Y mientras sucede esto la derecha consecuentemente es juzgada como más determinada, más decidida, menos “ingenua”.
Esta metamorfosis se realiza a medida que las ciudades se infartan, auscultadas desde los barrios privados periféricos. Las fábricas cierran y las zonas sin criminalidad se van secando acá y allá.
Los grupos controladores navegan el archipiélago de los negocios ilícitos y con eso recolectan los recursos con lo que logran recrear la idea de una sociedad sana, pero con fallas.
Este grupo vive protegido de la inseguridad por ejércitos estatales (o privados), libre gracias a tropas de abogados bien conectados, jueces permisivos y hasta intelectuales que callan todo lo que le prescriben callar. Mientras las izquierdas hasta aceptan que los populistas usen sus propias banderas.
Y en el fondo de lo que se trata es que, para no tener que hablar claramente sobre el tema económico, se desplace lo que aparece como problemático hacia los valores, el orden, la autoridad, el trabajo, el mérito, la moralidad y la familia.
La izquierda, asustada por la idea de que se podría confundírsela con “populismo”, se niega a designar a sus adversarios. Para eso está el trotskismo, que aún no se ha percatado que hasta el capitalismo ha abandonado los modos verticales y centralizados de intervención.
Resumiendo
La derecha destila austeridad y desconfianza en la democracia: proponen no estar peor, hacer méritos, trabajar duro y ganar poco, y todo dicho a la vista de los desocupados y los inmigrantes que hacen colas para probarse la ropa de los trabajadores por despedir. Los trabajadores han aceptado el guante y los desafían votándolos.
El populismo ha protegido a la élite del dinero, pero ha mantenido las palabras de ensoñación y el discurso descarnado de los conservadores. Sólo viene a apuntalar aún más a este grupo.
La izquierda está atrapada en el dilema: no puede decirle a los trabajadores (para los que los privilegios de los ricos se han vuelto tan inaccesibles que ya no les conciernen) que tendrían que poner la economía en sus propias manos.
Las izquierdas tendrán que pensar cómo proponer construir desde abajo y centrándose en la economía a la mano.
O aceptar este destino decorativo. Me gusta pensar en estas oscilaciones, en estos vaivenes que nos toca vivir.
Nos estamos acercando nuevamente a 1848.