Los “fit lots” están extendiéndose como una pandemia. Nada ni nadie está ajeno ni a salvo. Ni las viejas iglesias.
Se cruza una puerta, se sienta uno confortablemente y ya, sin saberlo, se está en un fit lot.
¿Que cornos es un fit lot? Pues parece que es un “criadero intensivo”, pero es sobretodo un concepto que sirve para optimizar la producción de carne.
Veamos: una hectárea de campo puede engordar 3 vacas “extensivamente”, pero en el fit lot mil o más serán obesas en poco tiempo.
Comerán preparados en polvo, recibirán inyecciones de anabólicos y antibióticos y rápidamente estarán servidas en la mesa.
Los fit lots vacunos ofrecen una metáfora de los “criaderos intensivos” que habitamos en estas urbes informatizadas: los fit lots para bajar de peso, los fit lots para hacer turismo, para asumirse fanático, para plantar soja o para comer hamburguesas, entre tantos otras cosas posibles.
Son estos fit lots humanos bien extraños, porque crean ambientes íntimos e intimidantes al mismo tiempo, como hubiera querido Maquiavelo: el coaching te ayudará a no comer, el guía te orientará donde tirar los papelitos, Leon Gieco te enseñará qué podes cantar en el baño sin infligir la ley anticopy y macdonald te mostrará cual es la verdadera cajita feliz, todo sin que tengas que moverte de tu lugar en la red.
¿Porque avanzan tanto los fit lots? ¿Alcanza con asumir que la cuestión de abaratar costos es central en este mundo?
Porque hubo una época de feligreses, de afiliados, de hinchas, de partidarios o de fanáticos en la que por más que estuviéramos amontonados se sospechaba que cada uno guardaba la posibilidad de salirse. Salirse era una bendición, pero ahora que estoy viendo el gran hermano parece que es una pesadilla.
Creo que el éxito de los fit lots es digital, eso los hace elevarse y esparcir su performatividad como una lluvia.
En tiempo real, en tiempo satelital, en planillas de cálculo, en rios de información celular los resultados de quien saldrá nominado se venden apenas concevidos, aun antes de que los procesos hayan comenzado a generar votaciones telefónicas.
Es que lo digital produce sistemas “al pan pan”, sistemas exactos. Sistemas que te aseguran que el banco va a contar con los fondos, que los clientes van a comprar, que el que salga de la casa se lo merece y que todos serán felices, con o sin cajita despues de todo.
Por eso el éxito de las computadoras. Las computadoras aceptan SI o NO. Nada de “quizas”. Los “talvez” que responden cada tanto están hechos de pilas de siees y noes, pero a no engañarse.
En el Gran Hermano los votos dibujan un “afuera” tan espantoso que los jugadores tratan de formar coaliciones que los mantengan a flote todo lo posible.
Ojo que cuando digo digital pienso en circulación, en desplazamiento de datos: la cuestión de los fit lots es en realidad la de una memética feroz, una viralidad que corroe lo que le aparece adelante. Un número que calcula números.
Estas cifras infectan hospitales, iglesias, ministerios, escuelas y todos los viejos cimientos de la sociedad, aunque muchos prefieren no darse por aludidos.
Los fit lots son una creencia compartida, dura, una idea que por ejemplo puede hacer que miles de personas acepten la “crisis” y que estén dispuestos a pagar los costos, mientras que los que la crearon facturen miles de dólares por hora.
Todo sería medio sombrío si no huberan leido hace poco algo increíble: los gemelos no tienen ADNs exactamente iguales. Hasta donde he comprendido no está del todo claro porque, pero pareciera que en un fenómeno epigenético, es decir dependiente de las condiciones de vida de los padres, de los abuelos e inclusive de otras generaciones que influye indirectamente en la frecuencia de algunos genes, que pueden presentar mas copias o inclusive pueden expresarse mediante proteínas diferentes.
Pues bien, aunque estas transposiciones gen-meme son muchas veces inútiles, quizás acá puedan servir: si en los fit lots pudieran darse fenómenos epimeméticos, es decir expresiones meméticas aberrantes, salvajes y hasta marginales, las vacas podrían saltar el alambrado. No digo que eso sea bueno o malo, digo que en la misma digitalidad pudieran existir herramientas para desdigitalizar lo que haya que dejar en paz.
¿Y si empezamos a cantar lo que se nos da la gana, aunque Leon Gieco visite todos los despachos tratando de obligarnos a pagarle el copyright?
El sábado estuvimos con Jaky y Uma en Azcuénaga, un pueblo de 350 habitantes con una iglesia sin cura.
Hicimos un lindo viaje en el que algo aprendí: nadie está ajeno a los fit lots, ni de lo digital ni de las anomalías salvajes.