Cincuentones

Los cincuentones fuimos cuarentones, y treintañeros, y veinteañeros. Sin embargo, como todo el mundo, vivimos como si tuviéramos 16 años. Lo de vivir como adolescentes es lo que merece una aclaración, si fuera el caso que alguien quiere entender cómo piensa, cómo siente y cómo actúa un cincuentón. Porque no importa la generación: siempre se vive en aquel mundo de los años felices.

Para empezar hay que decir que los cincuentones argentinos están marcados, tienen como varias huellas en el cuerpo. Son sus heridas cicatrizadas. Un cincuentón es ante todo alguien que pasó su adolescencia durante el videlismo, en una especie de mundial 78 permanente sazonado con la guerra de Malvinas.

No se lo contaron, lo vivió y lo lleva en los huesos. LLevarlo encarnado significa que el cincuentón camina y camina, no se detiene porque un centinela podría abrir fuego. Camina y sabe que su biblioteca ha sido editada, cortada, repujada, seleccionada. Sus padres han sacado las revistas pornográficas, su tío ese libro sobre la resistencia civil, y el abuelo las fotos de inmigrante partisano. Lo que no han quemado lo han escondido tan bien que nunca recuperará nada de eso.

La otra cosa importante es que el cincuentón se ha formado visualmente en la televisión en blanco y negro. Hay matices, pero siempre en una misma gama, en una especie de línea. Además ha tenido cuatro o cinco canales sin trasnoches. La adolescencia del cincuentón ha tenido mañanas de tango, mediodias con los Tres Chiflados y viernes y sábados de Serú Girán y Queen.

Hay otro elemento clave del cincuentón y es el de los héroes deportivos que él no podrá ser: ni Monzón, ni Vilas, Ni Reutemann, ni Galindez, ni Kempes. Ellos han llegado a la televisión y el cincuentón apenas si tendrá cinco minutos en Domingos para la Juventud o una programa de preguntas y respuestas. Sabe, lo sabe íntimamente y es que nunca podrá acceder a esas alturas catódicas. Luego el cincuentón ha descubierto otros mitos en la literatura, en las ciencias y hasta en el arte.

Pero nada de esto se entendería sin saber a quien debe matar el cincuentón. Cada generación debe aniquilar a otra y el cincuentón no ha escapado a eso. Sus hermanos mayores han sido idealistas, revolucionarios y llevaban el cabello largo. Han sido rockeros y han usado remeras de colores. La generación que debe voltear el cincuentón vive en la holgura, en un mundo con petróleo, viajes a la Luna y Vietnam.

Así se entiende entonces al cincuentón, por sus oposiciones: no cree en ideales y aún sabe que no puede tenerlos, la revolución y el cabello no son necesarios llevarlos largos y para vestido alcanza una chomba azul y un jean más o menos cómodo fácil de dejar colgado por ahí.

El cincuentón es un nómade porque sabe que debe moverse. Nunca va a ser demasiado ordenado, siempre tiene las cajas para embalar todo y seguir en el otro cuarto. Moverse de un barrio a otro, de una convicción a otra, de un puesto a otro. Así el cincuentón no es nada, o es una pura bisagra como hace muchos años me enseñó Armando Bordino, otro que fue cincuentón, pero es como si lo fuera aún. El centinela lo sigue, lo espera, entonces el cincuentón mira, escucha callado y dice poco, sí es breve, pero bastante contundente. Es que debe seguir, debe moverse, debe escapar.

Se ha acusado al cincuentón de traición, pero es que es un personaje por el que pasa en su viaje, no hay que tomárselo muy en serio. Traiciona a su amigo, a su colega del trabajo, a su compañero de banco. Traiciona a su bandera, a sus héroes, a su propia familia, pero lo hará por poco tiempo, y en breve migrará a otro círculo del infierno y se convertirá en un pecador menor o, durante un rato, en el increíble Hulk.

El cincuentón ha sido desafiado por los algunos cuarentones y por los treintañeros: se le achaca que compra poco, que sabe poco, que brilla poco. Se lo trata como una especie de neanderthal urbano, blandiendo esa bic negra y el anhelo de un puesto más o menos estable. Se le pide que vaya a balconear, que se corra, que deje de molestar con su inexistencia. Y el cincuentón sigue moviéndose, sigue sin ser del todo asible por la red, por los canales.

No es consumista, ni es productor, desde ya. No es de la élite y no es villero. No es un gran deportista pero sí ha comenzado a cuidarse del colesterol, y del azúcar y de la presión. Debería tomar unas pastillas que están en la alacena. En su mundo no hay desocupación, ni destino, ni hambre. En su mundo no hay préstamos, ni lo de juntarse con dos amigos y poner una zapatería. Ya sabe que eso no va a funcionar.

Así somos los cincuentones y así lo seremos.

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