La cuestión de los derechos humanos, los lugares y la configuración de conexiones sociales viene de lejos, al menos en estos territorios sudamericanos en los que el destino nos hizo nacer.
Esteban Echeverria, un escritor protoargantino de la primera mitad del siglo XIX, proponía en su hoy paradójico libro “El Dogma Socialista” que el gran problema para la organización nacional era lo que llamaba el “espíritu de localidad”, es decir, el conjunto de creencias, costumbres y narraciones que habitaban singularmente cada región de la nación, haciendo de algún modo incompatible la convivencia de unas zonas con otras con otras.
La propuesta de Echeverría todavía parece tener vigencia: “La lógica de nuestra historia, pues, está pidiendo la existencia de un partido nuevo, cuya misión es adoptar lo que haya de legítimo en uno y otro partido (refería a los partidos tradicionales: el partido federal, que representaba el espíritu de localidad, y el partido unitario, que representaba el centralismo, la unidad nacional), y consagrarse a encontrar la solución pacífica de todos nuestros problemas sociales con la clave de una síntesis alta, más nacional y más completa que la suya, que satisfaciendo todas las necesidades legítimas, las abrace y las funda en su unidad”
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