La primera sospecha de que podía des-argentinizarme la tuve en el año 2001 cuando casi todo se lo llevaron los bancos y sus socios.
No era moco de pavo, eran muchos años de trabajo. Junto al crack argie, la BNL (Banca Nazionale del Labora) se la agarró con mi falta de asesoramiento adecuado y convirtió una deuda de 2K dólares (la heladera y el lavarropas) en 24K dólares mediante enjuages financieros que solo ellos entendieron.
La cosa era así: yo seguía trabajando, a mí no me pagaban por la crisis pero las deudas impagas se multiplicaban como virus.
Por esa época el valor de la casa se redujo al 25 %, es decir que “el mercado” dijo que por una heladera y un lavarropa yo tenía que entregar mi casa. Esa fue, como decía, la primera vez.
La segunda oportunidad en la que tuve una fuerte sospecha de que debía exargentinizarme la tuve en la puerta de la embajada de Polonia, donde me encontré a un compañero de primaria haciendo la misma cola: eran las 4 de la mañana y la fila era de varias cuadras para obtener un turno de europeización.
Sin embargo la certeza de que podía abandonar hasta el último residuo de argentinidad lo tuve en la embajada de Ucrania, donde me informaron un tiempo después que me aceptarían como ciudadano cosaco a cambio que rescindiera mi contrato con la constitución nacional argentina.
Esos días de escruche nacional y tontería personal decidimos gastarlos en viajes con mi hijo Mijail por el país: hicimos miles de kilómetros con excusas deportivas llendo de provincia en provincia.
Es eso estábamos una mañana, habiendo hecho una parada en la ruta para cargarle gas al auto, cuando la flecha de mi desargentinizacion empezó a girar simplemente cuando se acercó un pibe con una canasta.
Nada tenía de especial, hasta que empezó a hablar. Tampoco era que decía nada especial, al contrario, había salido a hacerse de una monedas con unos pastelitos hechos por su madre y los ofrecía en la estación de servicio.
Tuvimos que revolver los bolsillos, le pagamos con monedas mas lo que pedía y seguimos viaje con dos pasteles de dulce de batata y membrillo en el estómago y algo más: ese pibe nos había hecho recobrar la confianza.
¿Cómo pudiera ser que en ese estado de cosas alguien creyera que vendiendo unos postres se podía empezar de nuevo?
Unos años después estaba en un acto escolar y me dió ganas de cantar el himno. ¿Me había vuelto loco? Yo soy capaz de organizar una marcha para no ir a una marcha, pero nunca había sospechado que me vinieran ganas de cantar el himno. Miraba a mi alrededor y casi todos permanecían callados escuchando el CD himnico y alguno que otro gesticulaba. Como desentono algunos me miraban asombrados.
A decir verdad podría haber sido cualquier himno, pero era el argentino. Debería ser el himno al pastelito de membrillo.
El proceso ha continuado y no se donde va a ir a parar, ahora que se que se puede dejar de ser y volver.
Anoche confirmé mi re-argentinización cuando Nicolás Tognola con sus 21 años se agarró al bandoneón en la inauguración del nuestro emprendimiento genético. Me lo imaginé por un momento con una canasta en las manos.
Yo no se si el tango es argentino, si piazzola, el empedrado, los amigos, el mate y los sanguchitos del brindis eran argentinos, pero anoche tuve ganas de nuevo de cantar el himno a los membrillos.
Federico Marque
Excelente nota. Inspiradora para seguir trabajando en y por nuestro país.