Las fortalezas son también las debilidades. Es algo que los psicólogos, los ingenieros o los biólogos saben perfectamente.
Por ejemplo los arqueólogos lo descubren una y otra vez: capas de evidencias de prosperidad creciente separados de cenizas de artefactos y ciudades enteras quemadas que expresan desintegración, caos y tragedias.
Cuando los romanos terminaron su red de caminos, sus villas eran de lujo, la producción se había adecuado a las necesidades y cuando ya no era necesario invadir a los vecinos los visigodos de la nueva Cartago los saquearon en una semana y los dejaron arruinados.
Más cerca de nosotros le sucedió algo parecido a las autocracias occidentales en el siglo XX (URSS, la Alemania nazi, la Italia Fascista) que se envolvieron en guerras autodestructivas cuando accedieron a tecnologías eléctricas, pero ahora es el capitalismo mismo el que parece no estar escapando a esa lógica: solo se trata de buscar restos de bombardeos, plásticos tóxicos, sistemas endócrinos hechos puré, destrucción medioambiental global y los océanos plagados de algas y los millones de personas viviendo en la calle en las grandes metrópolis mundiales.
Pero aún más: los ciclos destrucción y recuperación son cada vez más cortos y es que los directores ejecutivos, las empresas, las acciones, los beneficios y las trapisondas de las elites gobernantes cambian a un ritmo cada vez más acelerado en respuesta a las demandas de los accionistas y de los mercados.
Con razón posiblemente, Bill Gates dijo poco antes de la pandemia del #COVID19 que estábamos viviendo el mejor momento de la historia. Y me permito agregarle: nunca estuvimos tan bien ni tan mal al mismo tiempo. Nunca los riesgos de un colapso general fueron tan ciertos y nunca estuvimos tan cerca de llegar a otros planetas.
Lo que Arthur Demarest encontró fue que cuando hay presión para que los líderes respondan a problemas o crisis, a menudo simplemente intensifican sus esfuerzos en su esfera de actividad definida en particular, incluso si eso no es relevante para el problema real.
Por qué lo hacen? Posiblemente porque las élites tienen que consumir buena parte de su energía en sostener y crear poder y cambiar de rumbo puede ser de un costo que no están dispuestos o no pueden enfrentar. Es que los líderes tienden a ver las crisis más como amenazas a su posición en la red que como desafíos para que las instituciones que controlan se adapten mejor a sus entornos.
Muchas de las grandes sociedades de la historia se han desintegrado cerca del punto de su mayor éxito y quizás este sea un fenómeno de red: en configuraciones de mucha grumosidad y a la vez de alta velocidad de distribución de la información el riesgo de que se propaguen memes colapsológicos es también más significativa.
Demarest ve en la democracia y su necesidad de cortoplacismo un problema quizás tan grave como en las autocracias, por su desconexión de las necesidades de las periferias de la red. Posiblemente las periferias tengan que confiar menos en las acciones de las elites pero, sea como fuere, la forma de esquivar el próximo colapso sea incorporar acuerdos a largo plazo con bajas expectativas, más allá de evitar el precipicio, que no es poco.
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