Las sombras aparecen en lugares bien raros.
Platón las soñó en una caverna habitada por unos cautivos que, de tanto ver siluetas contra la pared del fondo, se terminaban creyendo que existían en sí, no que eran los bordes de objetos que se interponían entre ellos y el sol.
En la pesadilla, esos prisioneros identificaban su existencia misma como sombras y solamente cuando uno de ellos (Sócrates) escapaba, descubría a los “objetos” del mundo: las sombras eran de ahora en más solamente el reflejo de un mundo exterior y real. Hay otras versiones, pero me acordé de esta.
Sea como fuere se inauguraba así, con esto del salir de la cueva, ese mito de que cada uno es libre de pensar lo que quiere, de que cada uno hace lo que quiere y de que cada uno debe “conocerse a si mismo”: cada cual debe saber que tiene un cuerpo que detiene los rayos de luz.
Pero siempre que unos van para un lado otro grupo empieza a moverse en un sentido distinto. Es la condición humana. En el libro “Signifying Nothing: Semiotics of Zero” Brian Rotman recorre la presencia cada vez mas hegemónica de las cosas mismas respecto del “sujeto” que se ve a si mismo, un sendero casi en reversa al soñado por Platón.
El sujeto, según esta versión, poco a poco es desplazado por un “meta sujeto”, un sujeto sin nada especial, sin singularidad, un “debería ser”: puro eclipse.
Rotman arranca desde el punto de la invención de la bomba de vacío (que tanto le gusta a Bruno Latour) y desde ahí baliza el camino en el que el sujeto (científico) es cada vez mas abstracto, cada vez mas “meta”, mas oscuro y hasta clandestino en el mejor de los casos. Nadie se imaginaba una máquina conmo Facebook en aquellos dias, pero si se sabía que el sujeto era cada vez mas cambiable por una máquina inteligente, cosa que el ajedrez a demostrado posible y hasta deseable.
Sería como si en otro país la caverna estuviera abierta, sin techo y los cautivos vieran el mundo real, sin saber que sus sombras los persiguen irremediablemente, convirtiéndolos en esclavos de su figura.
Es como si la imagen del mundo que describe el libro se moviera desde los inventos hacia los descubrimientos y como si el Autor, ubicado en un principio en el punto de fuga de la pintura moderna, se fuera sumergiendo en la tela al estilo picassiano, para descubrirse él mismo dentro del cuadro, tan intercambiable como cualquier otra figura del Guernica.
¿No es Facebook acaso la forma final del Guernica?
En fin… McLuhan decía que todo medio extiende y atrofia: Picasso es un genio a costa de dejar su lugar de genio y meterse en la pintura misma, como si fuera Facebook.
Creo que Braudillard diría que estos sitios de redes sociales no es que terminen con la amistad, por el contrario representan una amistad para siempre, una forma de amistad extendida, irrecortable: una sombra perpetua.
He estado pensando si algo de esto nos sucede en Facebook.
Quizás, pero todavía es una idea borrosa a la que no logro descular del todo.
Es como si hubiéramos vivido creyendo que los grupos, los colectivos, las masas, las familias, los amontonamientos, las instituciones o los amigos eran reales, cuando quizás era otra cosa que atrapaba la luz.
Ahora ha llegado Facebook y como hiciera Sócrates en su momento, esta empresa sale de la caverna y cuando regresa nos dice que esas sombras eran solamente el sol atrapado por redes sociales, por vínculos, por sistemas, y por conexiones anudadas acá y allá.
Yo me sumo a los que quieren matar a Facebook, pero empieza a pasarme que cuando me cruzo con alguien por la calle me pregunto como se verá su “perfil”, esa carita amistosa que aparece y desaparece cada tanto en la pantalla.