Es difícil que una persona mayor de 30 años comprenda este artículo, yo mismo no se bien que estoy escribiendo. Es paradójico, porque ningun joven nativo digital se tomaría el trabajo de leer esto, mientras que un migrante digital lo leerá, pero no podrá captarlo.
Quiero advertir sobre dos posibles equívocos a los que se presta el título: cuando digo que nuestros pasos son hacia lo posthumano no digo que no hagamos llegado ahí. Ya hemos llegado y es por eso que nos encontremos con tantas perversiones, adicciones y trastornos alimenticios en las consultas.
Hace 50 años nos pasaba otra cosa, dábamos pasos y cuando llegábamos ahí ya no había nadie, por eso las consultas eran de las histéricas, los obsesivos, las psicosis y los “sistemas” familiares.
El otro malentendido que quiero dejar atrás es que mi recorrido no tiene dirección, no tiene inicio y final, es como los movimientos de un caballo de ajedrez.
Empiezo en un esqueje, porque me gusta, porque creo que fue un buen año para pensar uno de los orígenes de lo que quiero decir. A mediados de la década del sesenta: Bruce Mazlish y su cuarta discontinuidad, Gregory Bateson y su pauta que conecta y Michel Foucault y su fin de la humanidad (moderna).
Tengo dos malas noticias. Primera: Foucault en 1965 predijo que a la humanidad le quedaban 5 décadas y el tiempo ha pasado. Segunda: Estamos en 2015. (Por humanidad digo ese amplio paréntesis que se inició con Gutemberg con la imprenta de tipos móviles y que cerró Steve Jobs con Apple, con las tablets y los iphones).
Los tres (Maszlish, Bateson y Foucault) decían lo mismo y decían cosas diferentes, pero lo que tenían en común es que anunciaban hace ya medio siglo la falta de guión, de libreto, la ausencia de un relato que incluyera al sujeto/objeto, a la naturaleza/cultura, a la vida/muerte.
De alguna manera anunciaban este lugar o mejor dicho falta de lugar que hoy terapuetas y consultantes padecemos. Somos como extras, no tenemos partitura, ni historia por reinventar y no solo no tenemos papel protagónico, no tenemos papel alguno, más bien circulamos sin nada que decir en los laberintos de las instituciones, las ciudades y la red de consultorios sin agregar ni una sola sorpresa, repitiendo, extasiándonos en lo mismo.
En realidad si nos queda cierto lugar. Nos queda el vuelo en la bandada, nos quedan las organizaciones rizomáticas, nos queda no ser detectados por el software de reconocimiento facial en las estaciones de tren.
Nos queda no ser diferentes. Nos queda que los algoritmos nos burbujeen, nos prescriban a que hora dormir, que tomar, donde y con quien dar “megusta”.
Nos queda consultar una app que aprenda de nosotros y nos performatice con machine learning. No me estoy quejando, ni lamentando, sólo digo que ya no somos el hombre de Vitruvio que dibujó Davinci, pero tampoco robots, somos en una red extensísima de cuasiobjetos, somos una pequeña porción de la red que aún cuenta con un resto de agencia.
No es poca cosa: formamos redes de actantes más o menos autónomos, en redes más o menos emergentes, pero todo está en función de la creación, mantenimiento y transformación de la información.
Hasta ahora el mundo a usado a los memes y para eso somos importantes, pero ahora las máquinas están empezando a usar tremes. Quizás ya no somos tan buenos con nuestros memes y es posible que los tremes nos terminen de volver obsoletos, pero falta tiempo aún. Es una corriente que nos atraviesa desde el origen de la vida en el planeta, y quizás antes, cuando las piedras comenzaron a rodar de los primeros volcanes y lo hacían de un modo y no de otros.
Es el fin de la terapéutica psi? No ya, pero posiblemente lo sea. Faltan algunas generaciones, pero no muchas.
Que lugar nos queda? Lo quiero pensar mejor. Yo creo que el de intermediadores entre actantes, ubicarnos en los puntos donde las redes (no necesariamente las plataformas telemáticas como Instagram, etc) se desgajan continuamente y habitar ahí, como el moho que crece en los pliegues húmedos.
Nos queda otro trabajo. Nuestro trabajo es tambien construir andamios, porque ahora se están desmontando enormes edificios históricos y muchas personas caen al vacío.
Es un problema ecológico mental tambien. Todo el magma informacional efímero está creando capas asfixiantes de datos sin sentido, masas sin forma de datos que no logran llegar a convertirse en información y que se depositan sobre las mentes, en capas y capas de imágenes y textos de las redes sociales telemáticas, de las gigantografías, de charlas precargadas de los llamadores automatizados.
La mente no viene con sistemas eficientes para descartar el spam cotidiano. Ese es un trabajo que aún tenemos por delante los terapeutas: ser como barrenderos. O como esos ecologistas que reintroducen una especie que se como la basura.
También tenemos que actuar con miriñaques, hay cierta urgencia, Hay que avanzar rápido y despejar el camino rápidamente, no hay mucho tiempo.
En definitiva: hay que aprender de los hackers, de los ecólogos, de los que cuidan animales o vegetales, ellos han mantenido el fuego sagrado de cuidar las redes. Los buenos ecologistas son los mejores: ellos reintroducen especies, generan corredores, evitan la contaminación en lugares claves.
Ya no podemos pensar en nuestros consultantes como seres fallados, ahuecados a los que podamos ayudar singularmente.
Solo podemos actuar en red. Como enseña Bruno Latour todo debe ser anotado cuidadosamente en una libreta, cada conexión, cada elemento de la red y el trabajo será encontrar la mejor pauta que los conecte, tal como decía Gregory Bateson.
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