Cuando leas estas líneas las inundaciones ya habrán pasado.
Las recuerdo: llueven tres bidones por metro cuadrado en un día y miles de personas quedan con medio metro de agua en los lugares donde viven.
Unos, sin poder irse por los saqueos de garrafas, sillas o televisores flotantes, se quedan como pueden, otros, con mas agua, se desplazan hasta los centros de inundados donde reproducir las mismas condiciones de vida habitual, pero en un espacio público provisorio.
Para el antropólogo que se acerca quedan a la vista la violencia de género, el matrocentrismo, los chicos sin zapatillas caminando por el asfalto ardiente, los hombres alcohólizados sin anhelos y las madres adolescentes tomando mate alrededor de la madre.
Se puede ver que cada tanto entra una pandillita, entonces se llama a la policía y cuando llega todos se unen para combatirla y reclamar asistencia y quejarse de que la sopa está media fría.
En los countries la situación es muy diferente para el ojo etnográfico. Los palacetes o las viviendas de clase media han sido elevadas 3 metros sobre la cota de la inundación mas furibunda y de ese modo pueden tomar jugo y conversar sobre la lluvia pasada. Sin embargo las conversaciones son extrañas: ignoran lo que sucede debajo de la barranca, aunque esté a 50 metros.
La situación se da en toda la costa del río mas ancho del mundo pero tomemos el ejemplo del Municipio de Tigre y zonas aledañas. Ahí un 4 % de la población de la cuenca baja del Rio Lujan no se ve afectada por estas in-clemencias ya que vive en barrios “privados” construidos sobre viejos humedales o terrenos fiscales comprados a precio vil. En muchos casos las autorizaciones están al día, pero es posible que un grupo de consejales no sea la mejor manera de decidir si matar o no un humedal.
La historia es cíclica, simple y típica de un país pobre y poco estructurado: una pequeña élite se apropia de la poca naturaleza domesticada y acopia recursos en ese espacio. Los ensambla, los articula, los redifica y clasifica, haciendo ovillos de dis-posición.
Afuera de los límites de estos circuitos concentrados se instalan, desplazan, empujan e instalan las poblaciones: son el 96 % restante. Acá la lógica es la de la escasez, la economía y la administración mas o menos autorganizada. Los restos de lo que se llamaba la clase media, ahora sin capacidad policial sobre las mayorías, intercambian, transitan, copian, influyen e imitan formando un magma de recursos de muy distinta consistencia a la de los barrios cerrados.
Ahí, al 96%, es donde llega el agua cuando llueve.
Es decir, después de 30 años de democracia televisiva y hegemonía local “peronista”, vemos los efectos perdurables de una matriz polarizada entre barrios cerrados y asentamientos, que describe muy bien la geografa Pintos en sus textos. El agua, lo único que hace, es dejar las cosas a la vista.
No voy a dedicarme acá a los factores desigualadores (evolutivos, históricos, lingüísticos, genéticos, neurológicos, etc) que ya traté en otro posteo, sino sobre el sentido que podría tener pensar sobre una situación que parece instalada e imposible de cambiar a muy largo plazo.
No soy optimista respecto a las marcas que pueda dejar el pensamiento, la lealtad es mucho mas importante en Argentina. Tampoco me propongo alguna efectividad. Un amigo me decia hace poco: está bien lo que escribía en el blog, pero es inefectivo completamente. Si, es verdad. Pero no veo que se pueda dejar huella en esta realidad desde el dominio del saber hacer, salvo contadas excepciones y quizás desde una raigambre artística.
Entonces el asunto es otro. Para expresarlo con crudeza: ¿cual sería la lógica que permite tanta palabrería, tantos 678, tantos clarín, tantos diarios de izquierda, tantos periódicos nacionalistas, tanta academia en frasco de avon?
Cual sería el asunto si estas discusiones que no van a circular a la realidad, una realidad de asentamientos y barrios privados inmezclaves, estructurales, estruecturantes.
Bueno, he pensado que puede tratarse del negocio del Hype, el curro de crear expectativas, de hacer alharaca.
Pensándolo bien es un trabajito redituable y que se puede aplicar a cualquier campo: se ofrece una pregunta sobre un futuro X, se dan las opciones posibles y finalmente se dice que se trataba todo de una falsa dicotomía, que la respuesta estaba en otra parte que va a decirse en el próximo texto, en el próximo programa o en la próxima conferencia inaugural.
La cultura hype es como una forma “psicótica” pero adaptativa de vida: no se nombran los ovillos problemáticos, se discurre sobre el futuro sin abordarlo, se banea la fractura del presente y se inventa un pasado que justica todo lo anterior.
Sin embargo se habla, se muestra, se linkea, se lanzan nuevas creencias, emociones y se factura por todo, hasta que otras sincronicidades arrastren todo al pasado inmediato, dejando que otra vez aparezca la posibilidad de la nueva idea, la nueva teoría, la nueva tontería de turno.
Ayer leía de un diputado conservador que elogiaba la capacidad que había tenido el peronismo de crear un relato que permitiera, desde la sobreabundancia de datos, ocultar lo que sucedía.
Si es así el hype, entonces, tiene larga vida en Argentina.