Dicen que las personas viven en el mismo mundo que existía a sus 16 años. Si es así voy a considerar si no es que estoy en serios problemas.
Miro mi alrededor y no veo la TV en blanco y negro, ni el teléfono gris junto a la estufa, debajo del reloj cucú.
Debo acoplarme, sintonizarme. En la calle no se puede saltar de los colectivos en movimiento y Obras Sanitarias no es un equipo de básquet al que seguir con una banda de fanáticos. No existen ni Spinetta, ni Queen, ni Alfredo Alcón, ni la Negra Sosa, ni No toca Botón. Por suerte, al menos, hay eventos en los que se los homenajea.
Las zapatillas ya no se compran en Barracas y las fiestas de 15 no se hacen en las casas de familia. Favaloro tampoco está hablando del cruce los los Andes, ni dando clases de moral, ni de by pass.
Debo adaptarme y rápido. En la radio no se escucha ni a Héctor Larrea ni a Antonio Carrizo, así que tendré que escuchar Delta 90.3: me agrada la música electrónica y ese debate sobre cuán rápido hay que tener sexo con les amigues.
Tendría que empezar con la vestimenta: la chomba y el vaquero postpunk debería dejarlos de lado y adoptar ropas elastizadas, que me den singularidad y pertenencia a este semestre. Y comer no, ahora tengo que tener la experiencia de los sabores.
Ya no tengo que salir a trotar, no, tengo que caminar 40 minutos formando parte de la naturaleza y si hago huerta debería hacerlo en cajones ecológicos a un metro de altura. Debo adaptarme: el perro ya no es un animal, es un hijo, un hermano, una esposa o un novio atrapados en un cuerpo equivocado. O quizás yo mismo esté en un cuerpo equivocado y sea un caballo.
Ya no están esos tubos de rayos catódicos, ni esas noticias nacionales de telenoche comentadas por Roberto Maidana, ahora tenemos el “loco del cuchillo”, el robo filmado en la farmacia y la movilera que retrata al pobre hombre que ha perdido a sus tres hijos, esos que iban en una misma moto y que según él no venían de robar.
Hoy hay que aceptar que cada uno tiene su día de noticiero a medida, su evento donde exponer tragedias transitorias y los intestinos, si es que están colgando. Comprar no, disfrutar del consumo en público. Estar aquí o allá no, se trata de sentir el proceso, el traslado, el cuerpo a distintas velocidades. Ahorrar no: endeudarse menos en la próxima compra en 18 cuotas.
Ni club, ni cooperativa, ni cine de biblioteca, para qué si todo eso lo pueden dar las sociedades anónimas y las fundaciones, que además dan muchos mejores servicios sin molestarte con eso de intervenir en el mantenimiento de la organización.
Por suerte ahora no tengo que mezclarme más con los pobres ni con los ricos, ni tampoco con los un poco pobres o los un poco ricos. Se han vuelto invisibles para mí ahora. Ellos van a otros lados, a otros eventos. No es que sea una sociedad de castas, pero para que hacer esos batidos.
Ya no hay caretas, ni mentira del rock, ni onda corta. Hay eventos donde mostrarse acá nomás. Todo está cerca y por eso hay que disimular la tristeza, la alegría o las ventas. No debo dar clases, que los alumnos aprendan solos, solo debo comprometerme a no molestarlos en ese proceso.
Por fin los velorios, cumpleaños, casamientos y bautismos han sido reemplazados. Como el mes de vacaciones. Hay planners. Hay Disney. Hay salones con luces en los que se pueden contratar esas mesitas con pizza.
Es la vida, eventificada.
Comments are closed, but trackbacks and pingbacks are open.