El cristianismo la pasó mal durante sus primeros siglos como religión y grupo de presión político: leones, crucifixiones, gladiadores y esclavitud le fueron administrados en altas dosis, pero no fue suficiente.
Donde los romanos encontraban a un líder cristiano ahí mismo lo liquidaban, pero para su pesar aparecían enseguida dos o tres mas, viralizando subterráneamente el mensaje de Jesus por un territorio que estaba tan integrado como indefenso a esa infección memética.
Poco a poco la corrosión cristiana se propagó infectando cada rincón del imperio latino, principalmente a través del ejército, que a su vez había colonizado a los emperadores. A medida que avanzaba todo acuerdo quedaba supeditado a una verdad basada en la fe que la Iglesia (que significa asamblea) administraría.
Cuando desde Roma comenzaron a ver cómo una economía romana basada en el modelo de la palabra y la obligación cívica empezaba gradualmente a ser reemplazada por el catecismo, sostenido en la eficacia sobrenatural del regalo y la caridad, ya no pudieron hacer otra cosa que absorber a los cristianos en la élite. Era tarde para otra cosa.
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