Al entrar en el siglo XX, el trabajo, entendido como expresión del talento del trabajador, tuvo que pasar por la procesadora del control central a distancia.
Se pasó a trabajar definitivamente con horarios exactos, haciendo tareas establecidas en los protocolos y controladas por burocracias fantasmales y departamentos de marketing, areas a las que los trabajadores no tenían acceso.
La situación era tan espantosa que los actores que actuaban dentro de los disfraces en Disney sólo podían hacer las morisquetas que definía su contrato y ser despedidos si hacían algún gesto de más o de menos.
Aún hoy muchos trabajadores fabriles y especialmente partidos de las viejas izquierdas y los sindicatos más atrasados disputan alrededor de los derechos y tareas de este tipo de trabajador envuelto en broadcasting, que en países como argentina representa menos del 3 % de la población.
Sea como fuere en los países capitalistas las rotativas y la electricidad de la comunicación centralizada creaban un patrón comportamental colectivo, al mismo tiempo que múltiples prácticas (educación, salud, justicia, etc) le declaraban la guerra a lo diferente, a lo anormal.
Pero al mismo tiempo que creaban lo general, como la idea de nación fabril del peronismo argentino, también permitían y alentaban la aparición de identidades locales, como los de las villas, pueblos y barrios. Se le creaban clubes, banderías, avenidas de acceso y control y se facilitaba la aparición de retículas de pequeños líderes territoriales.
El legado del tren blindado
Luego de la revolución del ’17 la URSS, tercer productor agrícola mundial, dejó atrás cualquier forma de socialismo creativo. Rápidamente todo quedó asfixiado por las políticas que emanaban del Soviet, la otra de las formas de poder central durante el siglo XX.
Apenas asentada aquella revolución se hicieron grandes expropiaciónes de latifundios y repartos de tierras entre campesinos, que pronto fueron reconfiscadas para la producción colectivista dirigida desde el núcleo del gobierno.
En 1920 se inició de un modo coercitivo un “cooperativismo estatal”, es decir de arriba hacia abajo, de modo que el mapa productivo quedó dibujado por tres tipos de empresas, las agropecuarias autónomas (3 %), las colectivas o koljoses (45 %) y las estatales o sovjoses (53 %)
Veamos como funcionaba. Los koljoses se encargaban de la producción más voluminosa, en cambio los sovjoses de los granos y la ganadería. Sin embargo buena parte de la producción que aseguraba la subsistencia cotidiana se basaba en cultivos de legumbres, hortalizas y crianza de pequeños animales, inclusive en parcelas urbanas de autoconsumo.
Con los años distintos estamentos burocráticos fueron colonizando y controlando cada rama productiva, articulándola de acuerdo a la planificación centralizada, no obstante los Koljoses tenían sus propios organismos de dirección con cierta autonomía administrativa.
Algunos servicios, como el veterinario o aseguradoras, los contrataban un consejo provincial formado por los dirigentes más leales al modelo.
El precio se determinaba por el trabajo incorporado a la producción y ecuaciones territoriales, lo que iba creando una distorsión respecto a los basados en la propiedad y el capital, así cuando en Polonia se liberaron los precios a principios de los ochenta, los bienes se encarecieron unas 10 veces.
Algunos kolsojes tenían escuela primaria y secundaria, club social, guarderías, una sala de congresos para centenares de asistentes, laboratorio de análisis clinicos, piscina y hasta una pequeña banca minorista. A su vez las cooperativas de medicina o servicios especializados hacían contratos con los koljoses para una asistencia más especializada.
Todas las decisiones se tomaban en las reuniones de los koljosianos, en las cuales participaban entre el 90 y 95% de los miembros. Dentro del kolsojoes, en cada rama de la producción, el 25% correspondía al Partido Central, creando una tensión entre posibles privilegios y responsabilidades. Cuando la organización no era rentable se le declaraba la quiebra y pasaba a formar parte de otra más amplia.
Por lo tanto el cooperativismo había quedado desligado de su idea original, y convertido en un tipo de organización estatal, sin embargo garantizaban el empleo y seguridad social del campesino.
Se cumplía así la máxima de aquel siglo: garantizar lo general y regular lo particular o dicho de otro modo establecer los géneros y habilitar o no algunos estilos.
Sin embargo con las nuevas generaciones se fue olvidando el espíritu emprendedor propio del socialismo creativo, impulsor del desarrollo económico y las consecuencias de ese proceso estallaron en 1989, con la caída del muro del Berlín.
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