Cada año el cerebro nos da nuevas noticias. En meses se avanza lo que a los viejos neurólogos del siglo XIX le llevaba una vida. Por ejemplo hace dos años investigadores de la Escuela de Medicina de Harvard anunciaron que habían fabricado un dispositivo que permitió que un voluntario humano pudiera mover la cola de una rata pensando.
Ese mismo año, los neurocientíficos de la Universidad de Washington enviaron señales cerebrales a través de Internet de un individuo a otro, con un dispositivo remoto con lo que uno produjo movimientos en las manos del otro.
En un evento mucha mas mediático un adolescente cuadripléjico puso en movimiento la pelota en la ceremonia de apertura de la Copa Mundial de la FIFA del año pasado, con un exoesqueleto controlado por su mente.
En el Starlab de Barcelona, afirman haber logrado transmitir información conciente de una mente a otra, sin que ninguna persona que utiliza sus sentidos.
Noticias de estas hay muchas y posiblemente de la saturación terminemos aceptando que nuestro cerebro ha sido completamente hackeado, algo con lo que tendrán que vivir las próximas generaciones poshumanas, pero entre todo ese fárrago encontré algo que tiene una singularidad.
Es lo que están haciendo en la Universidad de Indiana en el proyecto #twitterbrain en el que, usando métodos de mapeo de datos creados para rastrear la propagación de la información en las redes sociales, investigan como se distribuye la información en el cerebro.
Lo interesante es que usando modelos creados por el equipo de Yong-Yeol Ahn descubrieron algo inquietante: la evolución descartó las formas virales de circulación de información en el tejido nervioso.
Será un augurio de lo que se viene en plataformas de redes sociales?