King Lear es una tragedia de William Shakespeare que retrata uno de esos axiomas con los que no quisieramos vivir y es el que dice que el mal no se destruye a sí mismo.
Es algo que la historia registra tan regularmente que no es necesario recurrir a la BigData ni nada parecido para visualizarlo.
Pero Lear es tambien un botón de muestra de otra cosa que remite a lo mismo, a la capacidad autoregenerativa del mal. No soy un conocedor a fondo de la historia de la empresa de Gral Pacheco frente a la que paso habitualmente, pero mi lectura distante es mas o menos así: por mas que hoy queden 30 personas en una carpa protestando el asunto no tiene solución.
En un país pobre de infraestructuras, sin economía con escala suficiente, caro en energía, con recursos humanos inadecuadamente formados, con gerencias insensibles y capatazizadas, con una legislación laboral, civil y penal del siglo XVIII dedicada a gestionar el statu cuo y la inmovilidad social las tensiones llegaron a un punto de corte.
Quizás el azar o alguna propiedad social que todavía nos es desconocida facilitó las cosas: un grupo de obreros se organiza para boicotear la producción y coptar la propiedad de la empresa, un gremio oficial que se cuida a sí mismo y pacta con el capital, unos accionistas que están dispuesto a un nivel de pérdidas aceptable pero a distancia, una secuenciación ciega de la fabricación de autos y un cliente que depende de las entregas para continuar su producción van formando el caldo donde los micromotivos de cada microsector congruyen en una macroconducta delirante.
Se trata, esta escena, de una empresa perdida y de un grupo de naúfragos que la circundan, una empresa donde los flujos de fondos, recursos, clientes, materias primas irán mermando de a poco hasta fosilizarla, a mediano o largo plazo.
Sea posiblemente una empresa donde la violencia de los cuerpos y los simbólos, el corte de las trayectorias próximas (panamericana, peatonales, caminos internos, etc.) o la intervención de gendarmes y la seguridad privada no son mas que excrecencias de otra cosa, de una cultura que no produce circuitos de transformación, que no se amplifica, que no avanza ni fortalece, sino mas bien lo contrario.
Una sociedad donde los patrones mentales de la pobreza se vuelven dominantes, donde se excluye y persigue al que quiere producir, donde los corsets se han desvencijado y se los usa para tapar las bocas, en fin, un sociedad posderrotada, cartagenizada.
Fausto Veranzio, dicen, inventó el paracaídas. Habría que ver si existe algo así, pero colectivo.