Respecto al mundo, la sociedad o la cultura misma hay dos posiciones posibles. O está todo perdido (como aparentemente es la posición mayoritaria) o podemos hacer algo.
Pero cuando uno dice “podemos hacer algo” se está metiendo en un grave problema, porque justamente fue el ser humano el que ha llevado las cosas hasta este punto por haberse a puesto a hacer algo.
¿Como intervenir entonces? La idea que tengo es que podemos aprender de los ecologistas. Ellos fueron de acá para allá, del esoterismo al conservacionismo, del encadenarse a los árboles a integrar el partido republicano y así, yendo y viniendo, encontraron una forma inteligente de diseñar sus intervenciones.
Cual es la idea directriz de los ecologistas? Pues que la naturaleza es artificial. Y que lo artificial está hecho de naturaleza. Así, cuando lo que encuentran es un islote de monos aislados en un pequeño bosque africano, lo que hacen son pequeños pasajes de árboles para conectarlos con otros islotes y así evitar las enfermedades endogámicas. O en un puerto contaminado reintroducen ostras que limpian aguas contaminadas. O demuelen selectivamente diques para que los salmones puedan subir por los ríos y al morir fertilizar las tierras donde crecen los árboles que necesita la industria forestal.
Todo esto a la pregunta de si se puede hacer algo. Eso es lo que me pregunto con mi amigo Ezequiel Borensztein. Hemos fracasado con el. Hemos metido la pata en decenas de reuniones políticas a las que fuimos con los diagnósticos correctos. Entonces se nos ocurrió actuar como ecologistas de la cultura, de barrio. Ecologistas de café. Y propusimos reintroducir las tertulias. Una intervención ecológica, que apunta a que se recreen viejos ecosistemas; conversaciones cara a cara, compartir unos vinos, debatir acaloradamente, reunirnos para compartir.
Pero no es que actuamos como nostálgicos de la vieja vida urbana, por el contrario: lo que queremos es reintroducir prácticas olvidadas, recrear espacios que no está claro porqué se perdieron, abrir brechas donde antes había avenidas fabulosas.
Queremos plantar unos árboles en zonas desertificadas. Que vengan los pájaros, que vengan las lluvias, el paso y el agua. Para eso hemos convocado a amigos para que vengan con sus palas y sus retoños. Mañana empezamos. Ese es el sentido de las tertulias Don Diego.
Tertulias hubo. Muchas. Era una de los modos de encuentro mas importantes en Buenos Aires. Había tertulias literarias donde alguno comentaba a Rousseau o musicales donde Esnaola practicaba en el piano con el que después ensayaría el himno nacional o científicas en las que se discutía sobre la recientemente descubierta electricidad.
Había tertulias de los ricos, allá por lo que hoy es el barrio de San Telmo, pero también había de las otras, en la primera pieza de algunos vecinos convocantes que solían hacerse todos los jueves, o todos los viernes.
Tanto unas como otras tertulias contaban muchas veces con un “bastonero”, una especie de director de toda esa improvisación, que se permitía decir que ritmo se bailaba y hasta como se formaban las parejas.
Que son las Don Diego? Son una experiencia comparable con reintroducir los pandas en el bosque, o el ombú en La Pampa o los cóndores en la cordillera. Trataremos que sean la reintroducción de las tertulias coloniales pero en el siglo XXI, esas reuniones que se realizaban en los pueblos y ciudades del virreinato, donde se actualizaban los gestos, donde se contaban las novedades de Europa, donde se ponían al día los contactos y donde se hacían nuevas relaciones.
Quizás, si las condiciones son propicias, luego se viralicen solas. Veremos.