A los 39 años Domingo Faustino Sarmiento publicó Recuerdos de Provincia, un relato autobiográfico de tipo mas o menos panfletario en el que se proponía como un político con grandes aspiraciones.
El texto se definía como íntimo y arrancaba tratando de bandidos a Facundo Quiroga y a Juan Manuel de Rosas, cuando el primero ya había sido asesinado. Sabemos que dos años después el mismo J J Urquiza se burlaría de sus escritos luego de la miserable batalla de Caseros, que terminó con el desfile del ejército brasileño por la actual Avenida Santa Fe, doblando luego por Florida hacia Plaza de Mayo. Pero esa es otra historia.
Sea como fuere su rápida relectura me ha estimulado a escribir una breve respuesta, casi siglo y medio después, como descendiente de inmigrantes llegados luego de aquella publicación y por lo tanto diría que embebido realmente en algunas de las cosas que imaginaba este prócer al que se le cantan aun loas en las escuelas primarias.
No me propongo como político, sí en cambio me gustaría que leyeran esto en Google y que me ofrecieran un laburo para irme a trabajar bien bien lejos, porque la disputa Sarmiento-Rosas no termina de aun en Argentina y ya me tiene bastante harto. Es decir, no voy a dedicar “A mis compatriotas solamente” como hizo el sanjuanino, mas bien todo lo contrario, “A los ciudadanos del mundo”.
No voy a hacer tampoco como Sarmiento que remonta su historia a familias ejemplares que desde el siglo XVI lo venían como incubando (Albarracín, Oro, Saavedra, Mallea, y otros), ya que soy descendiente básicamente de campesinos mas o menos brutos venidos de Ucrania, Irlanda, el Pais Vasco y no voy a rechazar algunos genes de pequeños pueblos mediterráneos que ya nadie sabe bien cuales eran.
Tampoco mi ciudad es ancestral: nací en Ushuaia, la mas austral del mundo y de ahí vine a la Capital Federal, como se la llamaba cuando errores administrativos trajeron a mis padres “provisoriamente” a la Reina del Plata.
Y por último: no voy a escribir las 143 paginas de aquel libro que no autorizó la censura rosista, mas bien voy a registrar las actividades con las que me he ganado los morlacos con los que viví y vivo y que con eso si hubiera algún lector que saque sus conclusiones. Es, digamos, como un curriculum en las sombras.
Así pues tengo que empezar confesando que mi primer rebusque fue a los 10 años, cuando continuando con la recolección de diarios viejos en el barrio para la iglesia, opté sabiamente por venderlos en la papería. Seguiría yendo obligado a misa, pero al menos me comería un helado por las mías cada tanto, porque eso se pagaba bastante bien. Durante unos días juntaba pilas de La Nación, La Razón, La Prensa o Clarín donadas por otros habitantes del edificio y regularmente me iba hasta Monroe y “Avenida del Tejar”, sin saber todavía que ese era un hermoso nombre.
Yo leía las noticias de aquellos diarios y me convertía así en una especie de fuente de diversión en las reuniones familiares, pero nunca conseguí que me pagaran por eso de hablar de Balbin. A los 7 años dibujé un Titanic (había visto la película) pero le puse de nombre al barco “La Argentina” cosa que empezó a preocupar al pediatra, mas con el asunto de que yo había estado muerto varios minutos después de nacer.
Mis padres eran como campesinos de ciudad y por lo tanto trabajaban en empleos que en aquella época eran en oficinas donde se movían papeles de un estante a otro, se le ponían sellos y se los volvía a enviar a otros archivos en otros estantes, así día tras día, con excepciones claro, como todo. Ahí tenían contactos que empezaron a requerir mis servicios.
Así cuando entré en la adolescencia empecé a trabajar regularmente como cadete y eso me permitió conocer el centro de la ciudad, oficinas mas grandes y mas chicas y los olores de los medios de transporte. Fue en esa época que empecé a amar la bicicleta y el aroma a hierro del subte. Algunas veces cargaba expedientes de un lado de la ciudad a otro y si los hacía caminando me ahorraba los boletos del colectivo, que pasaba como “perdidos”.
También por esa época trabajaba de ayudante de electricista y hacía pequeñas tareas de albañilería como hacer canaletas en las paredes y tambien me llegaron a pagar por dar algunas clases de ajedrez a principiantes.
Con los años terminé dignamente el bachillerato y entré en la Facultad de Medicina, cuando había un examen de ingreso que dejaba afuera a 9 de cada 10 postulantes. No fue fácil, porque recuerdo aun el cuerpo dolorido de los últimos tres meses estudiando desde que salía al Sol hasta entrada la noche. Digo desde que salía el Sol, porque un tiempo tuve que vivir en la casa de un tío que me había hecho un lugar en el balcón mientras mi familia estaba de vacaciones.
Cuando empecé la carrera tuve que seguir rebuscándomela, pero estudiando a la vez una carrera corta para ganarme la vida. Iba a la Facultad y hacía mi curso y en los huecos trabajé de mozo, daba clases de español a adolescentes chinos que venían con sus familias a poner supermercados, y a la noche trabajaba como operario armando materiales eléctricos.
Como necesitaba unos pesos extras para alquileres y esas cosas vendía seguros, planes médicos, línea blanca a quien podía y los fines de semana enganchaba alguien para pintarle la casa. No era muy prolijo, pero mas o menos quedaba.
Cuando me recibí de Técnico en medicina nuclear empecé a frecuentar las clínicas y usar guardapolvo y de paso aprendí a poner inyecciones, tomar la presión y hacer pequeñas curaciones lo que me permitía seguir solventándome mientras seguía mi carrera médica. Durante un año iba a operar ratones, a los que les sacaba ya no recuerdo que órgano y le inyectaba un destilado de semen de toro. Me pagaban unos, pesos, aprendía a operar y lo hacía todo sin saber que ese era uno de los tratamientos que le habían aplicado a Hitler.
Trabajé de médico en Velez Sarsfield haciendo las revisaciones de pileta, chequeando a los chicos que iban a la colonia o atendiendo en la sala de guardia. Mi mejor compañero de esa época para mí, que estaba empezando, era uno médico que se acababa de jubilar y que se estaba despidiendo de la profesión. Increíblemente nuestras visiones de la medicina eran muy parecidas. Cuando se fue me regaló su estetoscopio.
Llegó mi primera hija y las cosas se pusieron mas complicadas, así que me dediqué al pulido y plastificado de pisos y a la instalación de alarmas domiciliarias. Intenté inclusive ponerlas en embarcaciones, pero ese proyecto no prosperó, por suerte.
Para seguir con la supervivencia estudié de acompañante terapéutico y eso me dió mis primeras armas en la salud mental, que me sirvieron mucho cuando entré en el Hospital Alvarez a hacer mi formación como psiquiatra. Ya con ese título debajo del brazo pude trabajar no solo como médico en clubes, colonias, geriátricos y fábricas sino que de a poco me introduje en la vida del consultorio psiquiátrico, cosa que continué haciendo hasta hoy en día, desde 1990.
No voy acá a contar mi formación como terapeuta ni mi fracasada carrera de deportista profesional, sin embargo, si creo que debo aclarar que desde el principio había algo de la psiquiatría que no terminaba de cerrarme. Hice mi segunda carrera universitaria (Ciencias de la Comunicación) y con ese segundo título pude hacer algunos trabajos en consultoras y desde entonces dedicarme a la enseñanza universitaria.
El periplo me desembocó en el mundo de las “autopistas de la información” como se llamaba a principios de los noventa a internet y con lo que sabía hice algunos diseños de páginas webs para empresas de salud, editaba una especie de blog diario que sostenía con publicidad y programé algunas cosas menores por las que me pagaron lo que a mi me parecía una fortuna. Pero todo eso fue en el siglo pasado.
Mientras seguía mi viaje por algunas clínicas psiquiátricas, donde trabajé añares y fui desde médico de guardia domiciliaria hasta directo médico. Pude seguir con la docencia universitaria en varias facultades, pero nunca me pagaron dignamente, ni en las públicas ni en las privadas pero no me importó ni me importa, porque sigo pensando que con eso devuelvo algo de lo que me dieron.
Las ramitas de la psiquiatría me llevaron a trabajar en densos proyectos que no prosperaron: el primero fue una empresa de realidad virtual aplicada a fobias y el segundo fue el de genómica de la predisposición a enfermedades mentales. Ambos proyectos me insumieron altos costos económicos y afectivos, y aunque recibí subsidios del Gobierno de la ciudad, de Universia y del MIT de ambos me resultó difícil recuperarme por las horas y fatigas que me insumieron, pero de ambos aprendí mucho, sobretodo sobre la condición humana. De la complicada y jodida condición humana. Por suerte con esas enseñanazas pude encontrar en Don Pepe Amalfitani un ejemplo de un tipo que desde un origen humilde había sorteado esas dificultades y le dediqué una biografía, que tuve la suerte que se agotara.
Así van las cosas. Ahora sigo con mi tesis doctoral, cosa que estaba escribiendo mientras hice este descanso autoreflexivo y continuo con mi consultorio y mis nuevas locuras biológicas y por eso voy a decir con Sarmiento, porque no: “Este opúsculo, pues, es el prólogo de una obra apenas comenzada.”
Quizás, siguiendo la linea inversa que el sanjuanino, no vaya a terminar siendo mi vida en esta ciudad un recuerdo.