Una investigación encontró que el 94% de los profesores universitarios cree que su trabajo es superior a la media, lo que es estadísticamente imposible, al menos para las estadísticas ortodoxas.
Si realmente es así sería interesante saber la causa: ¿se trata de un cara-durismo fenomenal, del famoso autismo social de las universidades o de que las personas, universitarias o no, son incapaces de pensar sobre lo que hacen?
Me gustó la tercera opción así que me puse a revolver papers sobre el asunto y me encontré otra investigación que descubrió que tenemos una drástica falsa concepción de nuestras propias experiencias visuales, acompañada de un exceso de confianza en nuestra propia capacidad de elección.
Dicho de otro modo: somos pésimos detectando manipulaciones pero al mismo tiempo somos tremendamente creídos de nosotros mismos, de ahí que representamos el mundo en con gradiente de realidad mucho menor de lo que se pensaba. Somos ciegos al cambio. Y lo que agrava el asunto es que cuando nos manipulamos a nosotros mismos no somos conscientes de que lo hacemos.
Lo que nos gusta creer es el caldo en el que navega nuestra mente. Nos basamos en una falsa estabilidad del mundo y suponemos implícitamente que no hay cambio, o que si se transforma es después de todo de maneras indetectables o insignificantes.
Estos trabajos señalan que el paradigma introspeccionista, un gran proyecto de investigación en el que converguen desde el psicoanálisis al neoculturalismo, contiene fisuras que habrá que corregir para seguir avanzando, o al menos sosteniedo la mayoría de las cosas que venimos creyendo.
El mundo del marketing, la mente del consumidor o del votante, los anhelos del paciente o las encuestas a los usuarios son un dominio en el que esta ceguera a los cambios funciona con enormes réditos. Como calificamos después de haber elegido, en lugar de contar con una conciencia introspectiva precisa de la importancia real del atributo elegido, lo que hacemos es básicamente justificarnos, pero haciendo como que pensamos.
Esta influencia del resultado, de la que desconfía solo un tercio de las personas, es posiblemente una de las razones del éxito de la magia, las religiones, los mitos o la demagogia.
Pero la cosa no termina ahí. Cuanto más manipulables somos, cuanto más pueden engañarnos, más necesitamos de estrategias para impresionar a los otros, irradiando confianza en nosotros mismos para ocultar nuestra negación, nuestra incapacidad de detectar cambios en el mundo respecto a nuestras propias y pobres creencias.
Increíblemente esta autoconfianza inflada rinde muy bien socialmente para situaciones como conseguir mejores empleos, vender productos o conseguir pareja. Los narcisistas son especialistas, pero otros trastornos de la personalidad posiblemente se estructuren alrededor de la solidificación de estas configuraciones. Impresionamos a nuestros interlocutores justamente ocultando los puntos donde somos mas débiles, al menos cognitivamente.
Manipulables, autocomplacientes, ciegos al cambio, simuladores: ser realistas es una tarea titánica que implica darnos unas buenas cachetadas en el ego.
Para terminar …. me encuentro otra vez con Susan Blackmore, que decía en el 2002 que la corriente de la conciencia es simplemente una ilusión.
Yo diría que para mi es suficiente…