La cuestión de los derechos humanos, los lugares y la configuración de conexiones sociales viene de lejos, al menos en estos territorios sudamericanos en los que el destino nos hizo nacer.
Esteban Echeverria, un escritor protoargantino de la primera mitad del siglo XIX, proponía en su hoy paradójico libro “El Dogma Socialista” que el gran problema para la organización nacional era lo que llamaba el “espíritu de localidad”, es decir, el conjunto de creencias, costumbres y narraciones que habitaban singularmente cada región de la nación, haciendo de algún modo incompatible la convivencia de unas zonas con otras con otras.
La propuesta de Echeverría todavía parece tener vigencia: “La lógica de nuestra historia, pues, está pidiendo la existencia de un partido nuevo, cuya misión es adoptar lo que haya de legítimo en uno y otro partido (refería a los partidos tradicionales: el partido federal, que representaba el espíritu de localidad, y el partido unitario, que representaba el centralismo, la unidad nacional), y consagrarse a encontrar la solución pacífica de todos nuestros problemas sociales con la clave de una síntesis alta, más nacional y más completa que la suya, que satisfaciendo todas las necesidades legítimas, las abrace y las funda en su unidad”
Otro texto clave del poeta, que fuera muchos años exiliado de Buenos Aires a Montevideo por combatir al gobierno de Juan Manuel de Rosas que gobernó entre 1835-1852, fue “El Matadero”, considerado por la crítica posterior como la inauguración de la narrativa argentina.
El cuento trata la historia de un “unitario” (partidario de la integración centralista y dependiente del país a las potencias imperiales de la época) que termina trágicamente sus días en un degolladero de vacunos en el que trabajan gauchos simpatizantes del modelo “federal”, de opinión más favorable por el modo “criollo” o localista de vida, al desarrollo interno, la religión y la defensa de las costumbres hispanas ancestrales.
Estas circunstancias serían una anécdota demasiado extensa si no fuera que la puja entre estas ideas o redes de creencias desencadenaron una guerra civil que en 50 años se llevó miles de vidas e inclusive se volcaron en guerras nacionales como la de la Triple Alianza, la guerras civiles del siglo XX y las acciones perversas de los militares sobre la pobñación civil durante los setenta y los ochenta.
Ahora bien; si colocamos las palabras utilizadas en este cuento en orden decreciente de acuerdo a su frecuencia de aparición, veremos que hay muy pocas palabras que aparecen repetidas significativamente, como son: “de” 351 que aparece el 5,78% del texto o “y” 260, ”la” 4,05%, ”EL” 3,34%, ”A”, 2,45%, ”en”,147, 2,42% o ”que” 1,96% en tanto que la gran mayoría de las palabras como “escape”, “encerrar”, “nervios”, o “murieron” por citar solo algunas, aparecen solo una o dos vez en todo el texto.
Si trabajamos un poco más con las simples matemáticas de este listado veremos que se cumple bastante bien con las predicciones de la llamada “Ley de Zipf”, según la cual la frecuencia de aparición de distintas palabras sigue una distribución que puede aproximarse a Pn~1/nᵝ donde Pn representa la frecuencia de una palabra ordenada n-ésima y el exponente ᵦ es próximo a 1. Esto significa que el segundo elemento se repetirá aproximadamente con una frecuencia de 1/2 de la del primero, y el tercer elemento con una frecuencia de 1/3 y así sucesivamente.
Esta Ley de Zipf tiene aplicaciones diversas que le apasionaban a Alan Turing, especialmente para la recuperación de información y la indicialización automática, aunque acá la vamos a dejar mencionada sólo a los efectos de poner la banderita en Flandes sobre la existencia de cierto “automatismo” del texto, como si existiera una suerte de pre-escritura, a modo de una matriz invisible, ciega y tonta, que organiza la pluma de Echeverría en aquel lejano 1938.
(continuará cuando pueda)