Acabo de terminar de ver la tercera temporada de Perdidos en el espacio, una remake del perdidos en el espacio de los sesenta (1965-68) y otras versiones aun anteriores, pero que contiene en una cápsula de 300 mg de familia episcopal en modo siglo XXI.
La idea núcleo en la versión actual es que la autonomía del individuo (para decidir de acuerdo al plan divino) sigue su lucha épica contra el programa top-down del Dios de los romanos y los persas.
Perdidos, pero ¿en qué espacio?
Es una serie no muy católica que digamos, a pesar de que episcopales y católicos se están llevando cada vez mejor.
Perdidos en el espacio retrata entonces a una familia luterana, o calvinista, donde el amor por la disciplina y el ahorro desplazan cualquier apego a la pasión, al desorden y al destino incierto. Es Atenas contra Jerjes. Es la república contra el populismo. Pero una república donde las diferencias son toleradas siempre y cuando el encuadre general persista, allí donde deben continuar la disciplina, el ascetismo, el orden y el ahorro.
En la serie la optimización la performances van a estar por encima de los posibles arrebatos de los personajes, impulsos que sólo serán aceptados en los representantes imaginarios del “latino”: por ejemplo hay un idoneo que realiza pequeñas reparaciones domésticas, o un padre biológico de piel con más melanina, pero que no obstante ellos merecerán los rigores de la vigilancia y el castigo si fuera necesario, como cualquier hijo de vecino, de parte de los Robinson.
Acá hay unos que mandan y otros que obedecen, se imponen no por la fuerza, que podrían, sino por su capacidad de matematizar. Hay unos que controlan los recursos y otros que los subsidian para que lo hagan, hay unos que entienden y otros que van aprendiendo.
La pasión solo será aceptada en los en los momentos límites y cuando estén dadas las condiciones que permitan integrarlas luego en un esquema argumental general. Como sucede en Facebook: todo está permitido en la medida en que no se cambie la estructura de la plataforma, la configuración matricial de la historia.
La familia Robinson suiza (1812), de Johann David Wyss, es el caldo primigenio de Perdidos en el espacio, que a su vez deriva de Robinson Crusoe, una historia que no dejaba de tener su lado crítico. Sin embargo acá la historia es una oda contra contra el catolicismo y su ostentación y por carácter transitivo contra los imperios, contra los Virreyes, contra el peronismo, contra los jesuitas, contra Putin y contra los populismos en general.
Es como un manual, un compilado de algoritmos basados en la moral cristiana del siglo XIX que se sostienen básicamente en la frugalidad, la resignación y la cooperación. Que más se puede pedirle a Netflix. Ya había pasado en aquella Inglaterra que nos invadiera a principios de los 1800: no había dado los sindicatos que la caracterizarían unas décadas después y por otro lada que más se le podía ofrecer a las nuevas legiones de trabajadores fabriles que resignación cristina.
Cuando vemos la serie percibimos regularidades, insistencias, un orden que hace de piso de las historias. Sin embargo en Perdidos en el espacio nada hay de un líder que encarne al pueblo-familia, nada hay de un líder que se sacrifique como un cordero para convertir su cuerpo en cuerpo social a lo Chávez, nada, nada de un líder. Nada de un líder convertido en Ley, de líder que goza de impunidad y favores y seguidores.
El gaseoso territorio peronista
Visto desde esta Argentina insular, este tercera temporada de Perdidos en la lejana provincia interroga nuestra forma de Vida. Porque Argentina se rebela, jura con gloria morir y rompe las cadenas, pero al romper esas ataduras descubre que ella misma está hecha de ataduras y que las sogas son su carne. Nadie se toma ya el trabajo de ponerle cadenas a la Argentina,por otro lado.
Sus ataduras son Maradona, y el Che, y Charly y Carrió y Ella. Son la noticia diaria y obscena de la señora vejada, del transeúnte atropellado por la espalda y del portero de buzo marrón que ha tirado un cuerpo inerte en el capacho. Sus ataduras cson los sindicatos, pero las esposas de esos sindicalistas que golpean a sus hijos para que estos golpeen a sus hijas hasta que roisde psicoestimulantes puedan canalizar todo eso.
Todos estos personajes no formarían parte de la familia robinson suiza. Ellos rompen, no aceptan la frugalidad. Quieren damajuanas, y harina y mucha azúcar de Manzur. Las ataduras de Argentina son cardenales conservadores que, conjurados, corren al Papa por izquierda, son ese dueño que para sostener su producción le habla con franqueza a sus empleados y les dice que tienen que hacer dos cosas: conseguir que el Estado les pague el sueldo y trabajar 12 horas por día.
La Argentina reniega de Argentina. Rechaza ese trocito de Papa que le tocó en suerte. Argentina sabe de la farsa, pero es la mejor actriz. Así, la versión Argentina de Perdidos en el espacio peronista ni siquiera es peronista, pero algo hay que decir. Me pasas la panera? Gracias.
Sin embargo hay que aceptar ya la evidencia: hay algo que no funciona porque el argentino no tiene la cultura del alemán ni la creatividad del italiano, es decir, no tiene ese background, no tiene un ese territorio aéreo pero consolidado por capas de historias y repeticiones y regularidades. El argentino está perdido en el espacio, en el lugar y en el territorio y debe viajar sin destino.
Alemanes e italianos, aunque quedaron divididos y naturalizaron el parcelamiento espacial se crearon una gran historia, Argentina no. Como los irlandeses, los judíos o los ucranios los argentinos no pueden ser europeos, pero tampoco aborígenes ni inmigrantes y menos robinsons, entonces deambulan rompiendo las ataduras, rompiendo las reglas de la confianza, los códigos. Nada tienen que perder, porque aún no han dejado nada atrás, ni adelante.
Es verdad que ese lugar lo quiso ocupar el peronismo, la forma virreinal del siglo XX, pero no pudo más que resolverlos seissieteochizando, comprando voluntades, jugando el juego de quien se arrodilla más frente a su majestad, “arreglando” aquí y allá.
Pero aquellos que lo compraban y hacían su papel de peronistas volvían una y otra vez a cobrar su cuota. El peronismo les decía que era pasión y ellos lo aceptaban, pero aparecieron a cobrar otra vez.
Perdidos es inevitablemente tener que viajar y viajar
Pero he acá el centro del asunto: a diferencia de la Europa calvinista o luterana, en Perdidos en el espacio, en el espacio peronista digo, no se logra proveer una lógico inclusiva completa, porque el peronismo necesita indefectiblemente del gorila, de su rostro en el espejo dado vuelta.
Argentina necesita de un algoritmo general que tolere el disenso y la curiosidad pero sin embargo lo que vemos es que todos tienen sus reposeras en algún closet. Así se puede entender que pueden llegar a poner en crisis el sistema general justamente porque se carece de un una configuración general, por lo tanto no se puede poner en riesgo al sistema. El modelo es de alguna manera genial y tenebroso al mismo tiempo, porque en el fondo lo que hace es crear condiciones de regularidad, pero al costo de una muy baja innovación.
La Argentina, si viviera en otro “perdidos en el espacio”, podría ir aceptando y habilitando diferencias que podrían ser integradas en un un imaginario en el que se aumente la posibilidad de multiversidad, sin que por eso se ponga riesgo la plataforma general.
Perdidos en espacio nos trae todos los tips cristianos: el Héroe que se inmola, que da su vida por nosotros. Perdidos en el espacio contiene no solamente esta nueva idea que estamos viendo según la cual la Inteligencia artificial y los robots ya no son solamente objetos persecutorios sino que de alguna manera son recursos imprescindibles para la continuidad de la sociedad.
Esta serie nos muestra alguna manera como cuál podría ser un camino para para integrar internet de las cosas, la bio-robótica, el Deep learning y la Inteligencia artificial en general al cotidiano, conservando al hombre, a lo humano en una posición más central algo que posiblemente no pueda ocurrir.
Nos muestra que al menos hay una ruta pero ya sabemos que tampoco es por ahí.
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