Marzo de 1823. Buenos Aires. En la torre del cabildo de Buenos Aires es apresado el marinero José María Palacios, que al grito de “¡Viva la religión! ¡Viva la patria! ¡Mueran los herejes!” se ha levantado junto a un grupo contra el gobierno de Bernardino Rivadavia.
Dicen los historiadores que Palacios formaba parte de una “reacción popular” contra las reformas eclesiásticas que llevaba se llevaban adelante, pero nuestro marinero, al ser interrogado por el tribunal que lo juzgaba, dijo otra cosa: él había sido convocado por otro marinero, quien a su vez había sido instigado en la pulpería de Isidro Mendez.
Isidro Mendez era pulpero, pero años antes había sido oficial en el ejército y algún resto de aquella jerarquía parecía quedarle, como así también alguna alineación a otras jefaturas superiores, en este caso a la de Gregorio Tagle.
¿Quien era Tagle?
Gregorio Tagle, dicen los historiadores, fue el instigador del levantamiento del que estuve leyendo estos dias, pero a decir verdad no sabemos si fue llevado ahí por motus propio o porque el nudo del drama lo requería. No sabemos si existió tal reacción popular o si fue un encadenamiento de microconductas lo que dió forma a lo que ahora llamamos el motín de Tagle, sabemos sí que conjuraba desde su chacra de Tapiales, vinculando a civiles, militares y sobre todo clérigos para golpear al gobierno: unos pedían que volviera el cabildo, otros que no tocaran los privilegios de la iglesia, pero todos los conjurados querian en definitiva que las cosas no cambiaran.
Tagle era un tipo de su época, pero de esos especiales, de esos que le dan un color a las cosas, que se ocupan de todos los pormenores, de lo trivial, de las pequeñas rencillas y de los acuerdos menores. En definitiva, un especialista en lo cotidiano.
Fue, dicen los señores historiadores, el primer “asesor” oficial del que se tengan antecedentes gubernamentales en lo que sería Argentina, aunque el cargo no fuera reglamentado formalmente.
Se ve que Tagle era un excelente tejedor de redes, esos que tienen miles de amigos en facebook, pero sabiendo que no todos los iguales son tan iguales: el barbero y el peluquero eran de sus informantes principales (lo que me ha hecho pensar en el poder que pueden construir hoy día los porteros, los taxistas y los recepcionistas).
En fin, Tagle era un “cabecilla”, un promotor, pero por sobre todo era un contactólogo.
Que extraño como se urde un motín, pienso ahora. Un marinero conversa con otro en una pulpería, aquel que habla de más en la peluquería y el otro que organiza un asado en su quinta, pero se abstiene de tomar vino para poder convencer a frailes, comerciantes y acomodados de las virtudes de un proyecto.
Un prolijo hilvanado. Viejas amistades, viejos conocidos, viejas creencias y vínculos por acá y allá: la trama de los confabulados.
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