En los países nórdicos se dice que aún está vigente el Estado de Bienestar.
Lo festejamos. Claro que si. El asunto es saber por cuánto tiempo celebraremos.
¿Puede una sociedad basada en concentración en ciudades modernas, política fiscal intensiva, empleados públicos abundantes, eficientes y bien pagos, protección al desempleo, basado en la educación, salud e igualdades prosperar?
Lo pregunto por la mutación de los medios que le dieron posibilidad a estos sistemas: radio, cine, periódicos y TV. ¿Podrán funcionar las políticas de ciudadanía en una sociedad basada en plataformas, datos efímeros y políticas de laboratorios de medios?
O dicho de otro modo: si la retórica con la que los políticos nos hicieron vivir en un mundo que progresaría pierde su sustento, su soporte mediológico: ¿Qué sucede cuando el lenguaje político deja de funcionar? ¿Que se desencadena cuando la desconfianza en las palabras atraviesa un umbral?
La caída de Atenas, o de la república romana, o de las democracias de las tres primeras décadas del siglo XX son un posible respuesta a lo que puede sucedernos.
¿El ascenso de los autoritarismos, populismos y menganismos (peronismo, macrismo, urtubismo, kirchnerismo, menenismo, carriotismo, etc) podría asociarse con el fracaso de la retórica política de los viejos medios?
Nuestra democracia, heredera de la Ilustración, nos ha educado en la creencia de que hay que buscar siempre debajo de la superficie para llegar a la verdad.
Sabemos también que los políticos se rankean hoy por su capacidad de traicionarnos sin enfrentar las consecuencias, o por su capacidad de mostrarse obscenos y erotizados: ¿Qué tiene eso que ver con los largos plazos, los acuerdos nacionales y cosas por el estilo?
Si es así hay entonces una contradicción difícil por dejar atrás para seguir viviendo en repúblicas occidentales. Nada más ver lo que pasa: en Gran Bretaña con el Brexit, en USA con Trump o en Europa continental con los ultraderechista Norbert Hofer y Marine Le Pen a punto de convertirse en líderes nacionales.
Estas tendencias tienen muchas “causas”, pero nuclearmente se sostienen en el cambio de sendero que están adquiriendo los relatos políticos y las acciones políticas. Un sedero efímero, fractal, erosivo, hecho de puro tiempo real telemático.
Basta ver en Argentina la cantidad de hospitales, escuelas, vías férreas, caminos o puertos que se han montado desde la acción política sólo para ser utilizados como escenografías televisivas.
El hospital que se hizo en el aeródromo de Laferrere es un ejemplo de miles. Completamente vació de pacientes y médicos, pero inaugurado en cadena nacional y retwitteado hasta el hartazgo en su instante.
Es decir que en una ecología política tan densa, tan efímera, tan contaminada de datos, el sistema se vuelve tan inestable que la ganancia la hacen los pescadores más rápidos.
¿Es posible entonces creer que algo como el Estado de Bienestar tiene algún modo de prosperar en Occidente, en medio de una competencia feroz con China por el liderazgo mundial?
Al mismo tiempo hay otro tema por tener presente: la complejidad del discurso técnico y la brevedad que requieren hoy los nuevos medios hace complicado pensar en la viabilidad de la república como la hemos pensado, como nos la han enseñado, tomando decisiones consensuadas.
El Estado de Bienestar da sus últimos suspiros. ¿Cuando encontremos la respuesta va a ser demasiado tarde?