Hace un lustro los humanos podemos hacer cultivos neuronales y poner ahí mínimos electrodos que diagnostican como es el diálogo sináptico. El Vaticano a tomado debida nota del asunto y estruja los trapos a ver si saca algo de la vieja idea de vida para seguir con sus libros vigentes.
También podemos hacer robots híbridos, maquínico-neuronales, especie de bandas de moebius donde motores de metal y flujos metabólicos actúan sincrónicamente. Software que hace que ratas hagan tal o cual cosa.
¿Pueden esas redes neuronales cultivadas ser conscientes? ¿Puede la conciencia ser backupeada en la bigdata? ¿Puede la rata escribir el software que la programa?
En la pequeña aldea Argentina, donde se expulsa cualquier novedad que no sirva inmediatamente de palanca política, no hay interlocutores para estos debates. Sin embargo sabemos que cajas neurocultivadas responden al entorno, y quizás deberíamos conversar con esos cultivos neuronales para ver que opinan sobre estar vivo o no.
Para Douglas Hofstadter somos loops, somos nudos hechos con las mentes de otros, somos intersecciones. De todo ha tomado nota el Papa Francisco y sus publicistas porque eso quiere decir que lo de estar vivo es ahora una incognita, como estar muerto.
Estos días, muy a pesar de las personas que me rodeaban, sigo siendo en los muertos de álbumes familiares, en esas fotos del siglo XIX. Sigo existiendo fractalmente “entre” ellos, en una especie de horizonte de eventos donde las viejas conversaciones funcionan como una gigantesca pantalla de feedbacks. Soy como esos dibujos romanos hechos con piedritas, granulado, un mosaico.
Por eso estoy escribiendo ahora mi tesis sobre redes sociales.