La noticia estos días, el dato, es el #StopHateForProfit, es que hasta la mismísima Coca Cola también retiró sus anuncios de Facebook y Twitter, detrás de Unilever, sus cuatrocientas marcas y muchos más.
Por supuesto no podemos saber si esto es verdad. Cuando a principios de los 90 me convertí en miembro de la comunidad que protagonizaba Internet sí que las cosas eran diferentes.
Nos conectaba una sensación de exploradores en una tierras lejanas y tan lejanas que las íbamos haciendo mientras las recorríamos.
De hecho si querías chatear a veces tenías que escribir la sala primero y subirla a algun servidor y aún tenías que redactarte el código del procesador de texto antes de ponerte a programar, cuando no usar el BBS y ya.
A veces uno enviaba un mensaje a Veronica vía Gopher o alguno de esos protocolos ingenieriles y no tenías idea qué era lo que podía llegar a pasar hasta que a la semana terminabas encontrando un txt en una universidad japonesa.
Todavía teníamos muy fresca la caída del muro de Berlín y la desconfianza en el Estado pero también el temor a la globalización digital y el remate de todos los bienes que las generaciones previas de argentinos habían construido a los ponchazos y mal.
Aun así empezábamos a subir contenidos mientras los periodistas nos miraban con sorna. Durante un mes tuve un solo lector diario, alguien de la biblioteca nacional que hacía supuestamente un backup. Al mes tuve dos lectores, ese espía y alguien del servidor, que se sorprendía de que todos los dias cambiara o agregara una página.
Recuerdo que una mañana alguien tocó el timbre de casa y me pidió poner un anuncio en mi “página web”: me dio 50 dólares, un diskette y se fue. Así era eso que llamábamos Internet.
Ahora es distinto. Aquella ansiedad abierta, tensa y hasta saludable que aflojábamos en los chats a las 3 de la mañana se transmutó, los modems son silenciosos y los haters han copado los intersticios de la Web de plataformas: vivimos ahora en la sociedad de la incertidumbre controlada.
Pero la cuestión sigue siendo: quien controla ese magma? Pues yo tengo la idea de la autorganización, algo que ya escribí en mi tesina de 1995.
Hoy agregaría: La ley de Brandolini, la que dice que la estupidez rinde mucho más que el ingenio en el mercado de la atención, va demostrando su validez día tras día, ahora que cuantos más datos nos inundan menos información podemos pescar.
Hubo otras teorías. Estaban aquellos que habían inventado una especie de plan Ponzi, muy de moda en las academias, que consistía en decir que no es así, pero tampoco es lo contrario, es la síntesis, pero en realidad tampoco es así, es de otro modo que yo si conozco.
Hace tiempo que en mis charlas sobre lo que era Internet utilizo la metáfora de las medusas y los peces: al igual que el calentamiento global les da todas las chances de ganar a las primeras, el infierno de los datos va quemando los últimos vestigios de información disponible.
Y quizás esta sea la causa de porqué ha dejado de funcionar la democracia, la democracia de los ingenuos: ese espacio público distorsivo, propicio para que la homofilia estructural desproxemizada vaya carcomiendo toda diversidad, de modo que todo se trate de los bandos ganadores, de los ejércitos de
hiper-clickeadores, de la tiranía de las mesas chicas.
Qué otra cosa se puede esperar que las lógicas de la hiper-conspiración, basadas en que “no todo puede ser falso” cuando llueven miles de mensajes de usuarios sin nombre, sin rostro, sólo dedicados a sus dioses digitales?
Qué otra cosa que la mímesis, que la circulación del mismo agua, como en una especie de fuente de los prejuicios?
Qué mas que la optimización de esas tendencias infantiles con las que se construyen explicaciones sencillas, o las primeras explicaciones?
Sin los viejos guardianes, los periodistas, los publicistas, los políticos la conspiración ha desplazado al espectáculo. Es el espectáculo.
Cada noticia en Twitter o el noticiero del mediodía no es mas que un brebaje de que alguien ha hecho eso, alguien que debemos odiar tanto como podamos y ya que estamos odiemos a los que no lo odian, hasta que haya una gran bola de pelos de odio para tragarnos.
La sobreinformación polarizadora, la radicalización para conseguir atención, el aburrimiento que a los 11 segundos producen los debates argumentados nos llevan a este doloroso punto: la democracia de los ingenuos ha implosionado.
Hace unos años fui invitado a una presentación de una revista. Allí, un polo de los odiadores, denunciaba al otro polo, argumentando que aquellos malditos usaban las mismas armas que ellos mismos, los no odiadores, los militantes. Así es la ceguera. Así es de estúpida.
Es por eso que lo que queda es la democracia de los algoritmos, la democracia del rostro reconocido en 87 puntos del rostro, la democracia de los robots autónomos de GAFA. Pero quien va a explicarle a los políticos esto? quien va hacerles entender que las plataformas son empresas de publicidad engañosa, que deberían tener regas de juego diferentes, reguladas?
Es verdad entonces que los humanos hemos caído en la misma obsolescencia que inventamos.
A esperar lo que se viene entonces, después de todo a los mayas les pasó y no fue tan terrible.
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