Me encantan los libros de espías ingleses.
En el fabuloso “Viaje a caballo por las provincias argentinas”, publicado a mediados del siglo XIX, William Mac Cann cuenta que los médicos indios que ha conocido en la pampa, llamados «manchis» o curanderos, eran “prácticos en la preparación de hierbas medicinales, pero todavía … emplean como remedios algunos procedimientos bárbaros. Me han asegurado con certeza que, si algún enfermo sufre de alguna dolencia interna incurable, le abren el costado cortándole un fragmento del hígado y se lo hacen comer. También se da el caso de que tales pacientes sobrevivan a esa brutal operación.”
Glup. Como médico puedo decir que también la medicina occidental, hasta donde sé de historia, no se ha escatimado en estrategias de las más bizarras para atacar a las enfermedades, a veces con efectos tan satisfactorios como difíciles de explicar. Pero, de quién es la culpa? Del chancho o del que le da de comer?
Como ejemplo recuerdo una de estas estratagemas bien extrañas y reconocida hasta hace poco: simular cirugías para obtener efectos “placebo”.
Se trataba de una teatralización en la que los cirujanos, después de llenar las planillas del caso, te abrían la panza con un tajo bien superficial pero sanguinolento, luego se enchastraban un poco para que vieras que habían trabajado duro y listo: le decías chau enfermedad!
Semejante engendro se llamaba sham surgery o cirugía ficticia y todavía hoy las neurociencias intentan entender como procedimientos así de disparatados servían para mejorar desde un infarto hasta el mismísimo cáncer.
Todo esto no sería nada mas que una anomalía de tantas si no fuera que en unos cuantos estudios estadísticos empezaron a ver que “tratamientos” aberrantes como éstos resultaban mas efectivos que los aceptados como científicos por la mismísima ciencia médica.
“Qué tendrá que ver!” me dirá alguno que lea esto, pero para mí en una linea paralela circula lo que acabo de leer en el libro de Gabriel Di Meglio “Viva el bajo pueblo!“: relata que apenas sucedida la revolución de 1810 en Buenos Aires, los grupos morenistas (liberales económicos) y saavedristas (conservadores de privilegios) se desagregaron y reagruparon en menos de un año, no por esas afinidades ideológicas, sino por redes de contacto, de confianza, de vecindad o parentesco.
Conclusión? Lo que nos enseñaban en la escuela era mentira: no se trataba de ideales estúpido, eran las conveniencias, los cálculos y las calenturas lo que hacía mover tanto a los próceres como a los plebeyos.
Lo vemos estos días: basta que se corra la voz de supuestos problemas en un banco, un mercado o una empresa para que le quitemos la confianza y los peores presagios se hagan realidad.
Hay que asumirlo, la nafta que alimenta el motor de la mente está hecha de sustos, amistades, conexiones, sangre: mi cabeza va moviéndose entre todas esas sombras, por eso me gustan facebook y jaiku.
Por eso todas las mañanas, mientras preparo los primeros mates, busco las tonterías sueltas de mis grupos sham, mis grupos ficticios pero terapéuticos.
Después de todo, creo, es mejor que comerse el propio hígado.