La noche amaneció oscura. Al primer minuto Argentina perdía uno a cero, pero 20 minutos después ganaba 2 a 1. Cancha Rayada, Maipú y Ayacucho juntas, comprimidas, televisadas y frente a un equipo juvenil de Ecuador.
La frustración y la exaltación en un instante. Ya lo olvidamos, pero lo seguimos sintiendo: así es la memoria. Luego de los goles a cuidar el aire, a cuidar la sangre, las imágenes, las palpitaciones.
El relator usa las palabras adecuadas: jerarquía, “el mejor”, el aguante, los trapos, los compatriotas, el líder, el doblete, la mochila llena de piedras, los jugadores rapiditos, el agua recontracongelada, la paciencia, el equipo que se fue reconstruyendo de a poco y el debate sobre si “le metieron miedo” o no.
Yo sigo los movimientos de Otamendi, el representante de Vélez Sarsfield, mientras una sarta de mensajes en el entretiempo revuelve en mi memoria a la troupe de políticos indiferenciados, representantes de consultoras, de coaches, de “porongas”, de “mesas chicas”.
No importa: tenemos historia, talento, tenemos mundial. Tenemos emoción, desahogo, lágrimas, tenemos el lóbulo temporal en su lugar.
Pienso en el fútbol argentino, las fintas, la academia, el amague. La simulación. La regla evitada, reclamada, ignorada, honrada. Un fútbol basado en el contrabando, en pasar la pelota por donde no se puede, donde no se debe, donde no se espera.
Un fútbol de lo que piensa el otro, un fútbol del contacto a corta y media distancia, de la red de miradas para el engaño, del truco entre dirigente e hincha, entre locutor y publicista.
Argentina peronista, golpeadora, sin sistema. Chicana. Magia. Trampa. La eliminación. El Chiqui. El DT que pone los jugadores que le piden los hinchas que él imagina, los dirigentes que eligen la cancha que más vibra, el brujo que empapa el césped con contundencia.
Messi hace el tercer gol y se hace la señal de la Cruz. El Papa desde la cima de la imaginación planetaria se frota las manos y pide su iphone.
Del otro lado está Alemania, Lutero, la ciencia del fútbol. Buscan en las bibliotecas las preguntas y las respuestas. Diez partidos jugados, diez partidos ganados. Más de cuatro goles por partido. La valla menos vencida. Si, pero ellos saben que no les alcanza.
El fútbol germano ignora la futilidad, el desorden: su fútbol simplemente se aprovecha de la insistencia, de esos números que tienden a ser números, repeticiones. Los alemanes juegan con papeles, con computadoras, con algoritmos, con simulacros, teoremas.
Poco a poco asoma la cita final. Icardi otra vez pierde el gol pero los locutores lo ignoran. Es que otra vez, pero por primera vez, dos mundos irreconciliables van a colisionar de nuevo: Alemania y Argentina. El signo y la imagen. La línea recta y el vapor. El argumento versus esa picardía según la cual el que quiere el debate es porque está débil.
Rusia 2018. Sí, zafamos. Los fantasmas se aplacan.
¡Prepárense impíos!