La mente nos orienta, nos engaña, nos confirma creencias infantiles, nos da paz, nos tranquiliza cuando deberíamos estar preocupados, nos hace felices con poco, nos permite vivir en un mundo de pantallas conectadas con algoritmos, nos mantiene vivos.
También hace que casi todos los días hagamos las cosas por las que tenemos algún éxito, nos mantiene firmemente atados a creencias que raramente podemos sostener seriamente y que explican nuestros fracasos, nos da una personalidad que no es más que una cristalización de golpes de tenis con los que nos sentimos conformes algunas vez. En definitiva, nuestra mente hace las cosas de un modo pobre, limitado, pero es lo que tenemos.
Sin embargo desde hace poco nuestra mente tiene que lidiar con un formidable contrincante nuevo y polimórfico: los algoritmos digitales, las memorias de nube, la creación automática de patrones, el autoaprendizaje maquínico, la recolección de datos por sensores inteligentes. Necesitamos más memoria pero: ¿Podremos compensar las deficiencias de nuestra memoria biológica que son tan limitadas, inconscientes, lábiles y perecederas como el tejido cerebral que lo contiene?
Una respuesta que se ejercitó hasta hace poco y se había distribuido con cierta ingenuidad fue la idea tecnofílica del multitasking. Supuestamente los nativos digitales o a las personas entrenadas en la interacción con las pantallas, el mouse y la conectividad les encantaba hacer varias cosas al mismo tiempo.
La investigación neurocognitiva lamentablemente no pudo encontrar una correspondencia entre el hacer más de dos cosas y hacerlas bien, más bien encontraron lo contrario: generaciones enteras están padeciendo un problema de autocontrol de su propia atención y concentración, y el multitasking no es más que la dispersión y pérdida de energía de la mente cuando tiene que resolver concretamente un o dos problemas.
Cuando los científicos estudiaron el fenómeno neurológico que llamamos “multitasking” la conclusión fue que el cerebro no está construido para hacer más que dos (como máximo) tareas complejas al mismo tiempo. Comer y escapar, correr y buscar, cazar y saber volver, en fin parece que a los primeros homo sapiens les alcanzaba con eso, al menos para sobrevivir y perpetuarse.
En un estudio realizado por neurocientíficos franceses en el Instituto Nacional de Salud e Investigación Médica (INSERM), usando resonancia magnética funcional, midieron los cambios en la actividad cerebral en un grupo de los sujetos voluntarios a los que dieron una (y luego dos) tareas simultáneas complicadas; con una sola tarea, ambos lados del cerebro se activaron para cumplirla de manera eficiente. Cuando una segunda tarea fue requerida la actividad cerebral se dividió en los dos hemisferios: cada lado funcionaba independientemente.
La hipótesis, es que el cerebro, que tiene solo dos hemisferios por ahora, no puede manejar más de dos tareas complicadas. Cuando a los voluntarios le propusieron tres tareas olvidaron o descuidaron una de las tareas y cometieron muchos más errores que los sujetos con dos tareas.
Entonces el mentado multitasking no tenía fundamento: el problema de qué hacer con tanta información seguía vigente.
En realidad la pregunta original respecto a la sobrecarga informacional ya había sido resuelta provisoriamente por nuestros ancestros mediante sistemas externalizadores: la memoria colectiva oral, la escritura, la imprenta, la radio y la televisión básicamente preservaban y amplificaban nuestros recuerdos. ¿Pero hasta donde?
La comparación entre nuestro cerebro y la nube de datos digitales ahora es irrisoria, sin ningún equivalente en la historia de la humanidad. Si nuestro cerebro puede acumular hasta 2,5 petabytes y más o menos el tráfico mundial de datos en internet sólo en un año es de 18 zettabytes.
Descartemos momentáneamente la memoria del resto de los seres vivos, por la dificultad que aún tenemos de recuperarla y utilizarla a nuestro antojo: entonces si el tráfico (nada más) duplica la carga total de la humanidad, un cálculo de lo acumulados en 50 mil años de humanidad ni se acerca a lo que ahora tienen las máquinas en su poder. Y todo esto considerando que pudiéramos poner a todas los seres humanos a resolver un problema de un modo compartido, cosa que ni el mismísimo Lenin pudo lograr.
Pero no nos detengamos en el espinoso tema de la si la nube es privada o pública, capitalista o socialista, veamos las cuestiones cognitivas más detalladamente. El problema ya fue planteado por Sócrates: lo escrito era para él un “pharmakon”, es decir, una caña venenosa, que resolvía las fallas de la memoria, pero la debilitaba al mismo tiempo.
En su época el recientemente inventado cuaderno, al evitar el ejercicio de la memoria, produciría el olvido y a la vez el esfuerzo de memorizar, algo con lo que no se había tenido que lidiar hasta entonces. Es que la memoria simplemente había estado ahí, como el caminar o el comer o el reír pero ahora debía trabajarse en ella.
Los pronósticos socráticos en un punto no estaban tan equivocados: la psicóloga Betsy Sparrow de la Universidad de Columbia, Nueva York, encontró que los jóvenes, por más cultos que fueran, utilizaban preferentemente Internet, en lugar de los propios recursos cognitivos.
Como dice la canción la primera te la regalan, la segunda te la cobran: ahora la memoria es objeto de comercio con formato industrial, dice filósofo Bernard Stiegler en Memoria y olvido (Le Pommier, 2014).
Supongamos que es más o menos así: vivimos en una sociedad hundida en el fango de datos tóxicos y los motores de búsqueda nos rescatan a cambio de que consumamos el barro publicitario. Supongamos que la mayor parte de los datos son efímeros y que cuando hemos pagado por ellos ya son descartables. Nos queda detectar patrones rápidamente: somos bueno en eso, pero el machine learning en muy poco tiempo nos destronará. Nuestra funciones cognitivas, pobres a esta altura, no parecen poder defenderse.
Quizás por eso ya no decimos “navegar por Internet”, ni hablamos de las “autopistas de la información”, sólo nos preocupamos de lo que no podemos olvidar para dejar nuevos gigas neuronales libres.
Yo simplemente no creo que alcance con desarrollar capacidad de olvido, ni con dormir más, ni con desestresarse, ni con hacer dietas cognitivas.
La solución a este problema es más investigación rentada con tasas que se cobren a las empresas que lucran con Internet, es decir más presupuesto para becarios, más debate en revistas científicas, más divulgación, en definitiva más ecología de la información.
Biblios:
Koechlin E, Charron S. Divided representation of concurrent
goals in the human frontal lobes. Science. 2010;328(5976):360-363.
Nahai F. Music in the Operating Room: “Can You Hear Me
Now?”. Aesthet Surg J. 2015;35(7):899-901