Hemos encallado en una isla desierta y los nietos organizan ahora cómo nos comeremos unos a otros.
El Napoleón interior de los argentinos ha muerto antes de llegar a la orilla.
Ese, al que le colgaba tantos atributos de mando. Ese, el de las marcas del poder colonial. Ese, que venerábamos con cada inundación.
Todo era inútil y ahora lo sinceraremos: sus oropeles nos hacían pensar en su aplastado culo contra el trono.
Es una tragedia para Rosas y el Virrey Zeballos y los gobernadores del siglo XVII y hasta para el gran Vergara, el más grande de los contrabandista que ha dado la Patria: ahora ellos reciben las acciones desvencijadas, lo que quedó de la quiebra del gran General.
Es una tragedia para el antiperonista feroz, porque no hay grilla de DirectTV donde esconderse. Ahora, sus reclamos de una Prepaga brillante y para pocos también se deslizan hacia el fondo de la barranca, con todas esas chapas podridas y gomas y restos de un mundo productivo que ha partido, que se degrada allá en el agua azul.
A punto de todos los saqueos, de todas las pandemias y del frenesí destructivo final no tenemos ni la melancolía de Echeverría ni la poesía de Spinetta para hundirnos hasta abajo y al menos llegar a algún fondo.
Necesitamos mantenernos a distancia, buscando la oscuridad de nuestro yo, que no es más que una comedia para la naturaleza del ARN suelto por ahí.
Ya ni La Libertad de Delacroix nos ayuda a creer que las hazañas de San Martín eran el sentido.
Ya ni atontarnos con una larga saga de artistas y científicos que nos precedieron. Es que esta última década huyeron adonde pudieron.
Ese sueño fue una indigestión, una diarrea pasajera. Que los valores clásicos nos están esperando sólo se entiende en Cambalache. Adios! Adiós!
Los viejos fantasmas se van y dejan un hueco, un marco extraño, que se llena de baile y música. Un hueco circular.
Amo esta última pintura de Ingres, donde tira todo por la ventana sin siquiera devolver las estocadas recibidas. Las deja pasar, porque sabe que va a morir, o sabe que está vivo.
Ah dejado atrás la crítica, el deber, la norma y simplemente su pincel se lanza al vacío, ese vacío que es él mismo, eso que ha dejado de ser.
Quizás por eso fuera el pintor preferido de Picasso, su mejor imitador.
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