Desde que hemos matado a Dios lo incomprensible se ha desplazado a la naturaleza y la cultura, que a estas alturas ya son lo mismo. Es que tal como predijo Kant, cuanto mas conocemos algo mas lo desconocemos.
Mal que le pese a los gaussianos cada vez se aleja mas del horizonte algo que sea “normal” y menos una teoría central unificadora, una metateoría de algo. Cada vez vemos mas el tablero y menos el parabrisas.
Las implicancias de este asunto aparecen abajo de cada piedra. Los encargados de llevar a la civilización adelante o al menos en alguna dirección están pasmados, y solo atinan a salvarse los pellejos.
Muchos científicos, cooptados por estrategias colusivas inventadas por los políticos, cajanegrizan todo a su paso, mientras los religiosos re medievalizan sus prácticas y en realidad cada uno entrega lo que tiene al mejor postor.
Mientras los que pueden se llevan los ladrillos que quedan de la modernidad y todo parece cada mañana más complicado existe una experiencia cotidiana, corporal, que nos atraviesa a todos y que es contradictoria con todo lo que escribí hasta acá y es que el mundo está como calibrado, funciona como si hubiera sido conectado con algo, aun cuando la teoría física dice que existen otros universos (multiverso) y cada por lo tanto cada universo tiene sus propias leyes y graduaciones.
Estamos perdidos, tanto como Descartes en 1632, pero una idea me suena bien y es la que dice que Dios existe, pero en nuestras mentes y por lo tanto alguna dirección hacia adonde apuntar ahora tenemos, tenemos donde sintonizarnos.
El neurólogo Michael Persinger ha inventado un artefacto llamado el “casco de Dios” con el que dice haber demostrado que las experiencias religiosas son como las crisis epileptoides, originadas por agentes tóxicos. Sea como fuere el casco permite acceder a Dios.
En esa dirección los viajes astrales que Olaf Blanke ha logrado producir en sus voluntarios de laboratorio parecen confirmar la hipótesis de Persinger.
Entonces, si la sustancia del mundo es difusa, salvo cuando la vemos, ahí, en la mirada es donde encontramos sentido. Quizás debamos dedicarnos a buscar patrones, o mejor dicho, dejar que los datos se organicen y muestren los patrones que los mantienen en sus lugares. Patrones, o Dios, bah. El problema es que se necesitan muchas computadoras, pero a estas alturas ya hay suficientes.
Tenemos de nuevo a Dios hecho de neuronas conectadas, o de cosas conectadas, no importa; tenemos entonces una dirección, tenemos un mundo para vivir.
Esa es una posible hipótesis, la neurocientífica. La otra idea es que quizás seamos solamente entidades de un programa creado en el futuro, una simulación gigante, pero esa idea me resulta algo decepcionante.