Ya hace varios años venimos repitiendo que las palabras, la escritura y las letras mismas han entrado en una pendiente irreversible. Es evidente que eso es cierto, a pesar de que nunca se escribió tanto como hoy en día en las redes sociales.
Junto con esta aseveración una y otra vez decimos que las imágenes visuales y sonoras han llegado a imponerse gracias a lo que era Internet y que ahora es Instagram. Una excelente traducción de Julio Alonso explica bien todo esto y más aún las conversaciones que se generaron a partir de esa publicación.
En las líneas rectas que siguen abajo trataré de escaparle a las versiones melancólicas tanto como a las optimistas sobre este asunto y tratar de tantear, intuir o sentir hacia dónde nos estamos moviendo. Quizás.
Es posible que todo esto de la caducidad del texto sea cierto, pero no por eso simplificador en exceso. Hay algo que se tira por la borda. Nada nos dice este esquema sobre lo que está sucediendo con Twitter o Facebook, calderos de chicanas escritas que los jóvenes con un poco de sensibilidad esquivan prolijamente. Sí es verdad que las plataformas están cada vez más orientadas a las imágenes, pero ¿porqué tanta pasión en los escritos?
Tampoco nos dice nada sobre los asuntos de fondo como la abismal pérdida de complejidad ciberecológica que nos toca vivir, ni de la concentración de la sociedad digital en una elite o la cajanegrización de los protocolos algorítmicos de producción de contenidos.
Al mismo tiempo que las imágenes valen cada vez más, la cantidad de data sigue creciendo exponencialmente, no solamente porque la producimos los humanos, sino porque las máquinas cada vez crean y recolectan mas y mas datos. Esa data está hecha de ceros y unos, pero también de letras. Se están poniendo en marcha inmensos proyectos de procesamiento automatizado basado en autoaprendizaje maquínico para poder hacer algo con todo eso, aunque aún los resultados reales son mucho más limitados que los prometidos.
Para superar esta tensión entre las palabras y las imágenes audiovisuales la idea que tenía Marshall McLuhan era que iríamos hacia una sociedad táctil, capaz de moverse en los bajorrelieves de la información y yo creo que algo de eso estaba bien, pero ni la háptica ni la realidad virtual/ampliada han prendido lo suficiente como para que podamos darnos por satisfechos.
Sin embargo hace poco Jorge Gobbi me dió una pista para pensar hacia donde se pueden estar moviendo las cosas. Su ejemplo fue la publicación de filmaciones 360 y cómo la sonorización utilizada se utiliza para orientar la navegación del usuario: esto podría ser la clave de el próximo paso.
Cuando publiquemos nuestros archivos 360 vamos a decirle a nuestros espectadores dónde deben concentrarse por medio de imágenes sonoras, de volúmenes auditivos, de intensidades de decibeles.
Pienso que deberíamos explorar esta idea con más detalle y al mismo tiempo expandirla. No se trata de las imágenes audiovisuales que registran las 6 dimensiones hindúes (arriba, abajo, adelante, atrás, a un lado, al otro) sino de cómo su interacción compleja produce una percepción corporal, más primordial, de orientación de la atención. Las imágenes formando una propiocepción, una conciencia de espacio y del sí mismo.
En un punto, la teoría evolutiva nos diría que dependemos del azar para certificar este idea, una perspectiva platónica diría que la aceleración informacional tarde o temprano va a requerir de procesamiento corporal intenso, en cambio los hegelianos esperaran ver cómo se van resolviendo las tensiones entre actores, dispositivos y acumulaciones. Puede ser, compro un poco de cada una.
Sea como fuere me gusta pensar que estamos frente a una nueva compuerta cognitiva y que de ser así los próximos avances importantes van a estar en los huesos, los músculos y los intestinos, más que en la retina y el tímpano.