En 1632 Descartes creyó ver en sus clases de anatomía que algo de la singularidad humana podía estar alojado en la glándula Pineal.
Luego dió un paso crítico: descartó de plano su propia idea y se imaginó que en vez de un órgano podría tratarse del pensar, y luego del existir.
Han pasado 4 siglos y todavía su ingeniosa solución de una glándula abstracta, que aun sin existir nos hace diferentes, nos resulta útil (con mas o menos Freud, claro).
Sin embargo quiero expresar que para mí se viene un Tsunami y que todas estas ideas de propias de la modernidad vamos a tener que ir a buscarlas en escombros revueltos por allá lejos.
A que me refiero. Hace muy poco la FDA aprobó pruebas genéticas de la empresa 23andMe, que permite a los clientes conocer cómo sus genes podrían contribuir a desarrollar 10 enfermedades o transmitirlas a sus hijos. Es decir podemos pagar para que alguien nos lea nuestros genes.
Al mismo tiempo los rápidos avances con CRISPR/Cas9 hacia terapias génicas o en embriones nos deslumbran y a la vez nos encandilan: es decir en poco tiempo podremos pagar para editarnos los genes.
Así como nada fue igual después de la imprenta me huele que esta vez la compuerta que atravesaremos va a ser aun mas fuerte y el retorno mas difícil.
Pensemos en una tecnología genética que cura una enfermedad genética crónica y cambia completamente a una persona que, de padecer ademas un trastorno ansioso adaptativo grave, se convierte en un miembro sano y productivo de la sociedad.
El componente genético de nuestras identidades podría dar lugar a una forma de ingeniería socio-genética, tal como los especialistas en ética Eleonore Pauwels y Jim Dratwa discuten en Scientific American.
Uno de los problemas no menores que se vienen, en función de como tantas ideas estúpidas terminaron creando el mundo en que vivimos, es que a medida que la capacidad de modificar nuestro ADN avanza, el impulso de usarla para que nuestras identidades se correspondan con lo buscado en las redes telemáticas o las necesidades del mercado podría llegar a reducir la diversidad de las identidades humanas que tenemos hoy.
Todo esto de la reduccion de la diversidad ya sucedió con el resto de los seres vivos y ahora mismo es una tragedia sin precedentes que se puede verificar en todos los océanos.
Por ahora no podemos confiar en las decisiones que toman los algoritmos, en vista de los recientes experimentos en los que han destruido mercados, se han convertido en twitteros nazis o su preferencia por las máquinas antes de los humanos.
Pero veamos como vienen las cosas en genética de los comportamientos. Un reciente estudio de la Universidad de Yale concluyó que nuestros amigos se nos parecen genéticamente. Modifiquémoslos y tendremos nuevos amigos. La heredabilidad de los rasgos de personalidad influyen en los nuestros valores políticos y como tomamos decisiones. Difundamos un prion y nos votarán. Quizás hasta sea mas económico que una campaña en vía pública. Científicos del Hospital Mount Sinai de Nueva York están investigando la causa genética del suicidio y quizás en poco tiempo lo contrario: como es que las personas quieren vivir.
Uno podría decir: bueno, igual los factores ambientales bla bla pero no es tan así, porque la epigenética ha demostrado que esos factores pueden alterar cuál de nuestros genes se enciende o se apaga.
Quizás la vieja disputa entre la naturaleza se resuelva en una biología discutible, argumentable, algorítimica.
Quien dijo que está todo perdido decía una canción de mi adolescencia. Pues ya no sirve ofrecer el corazón.
En definitiva: no falta mucho para que la humanidad se vaya disolviendo y sus restos puedan discriminarse en seres humanos mejorados y no mejorados, es decir entre neohumanos y posthumanos.