La idea principal de este post es repensar los supuestos de la ecología de los medios. Por lo pronto, tal como descubriera Charles Darwin, la vida no tiene nada de armónica, ni de equilibrada, ni de interacciones amables entre agentes ni nada parecido. La ecología de medios es más parecida a una I Guerra Mundial permanente que a ese almuerzo campestre de monjas vegetarianas al que nos convoca el sentido común.
Tenemos por lo tanto un primer escollo a sobreponer: la idea segùn la cual los puntos medios, las normales estadìsticas y lo más frecuente puede llevarnos a algùn lado, tratándose de medios. Dicho de otro modo no se trata de la simple estadística cuantitativa.
Por eso creo que algunos intentos de generalización, como el de los “entornos”, la evolución entendida como progreso o la interacción y la convergencia de los medios entendida como una especie de picnic mediático no alcanzan para llevar a fondo la metáfora de la ecología de los medios.
Sin embargo hay otra concepciòn, otro gran obstáculo por rodear: la concepción guiada por la sospecha como modo de pensamiento, que ubica a la disputa vertical (los medios sometidos contra los medios sometedores) como la matriz de comprensiòn de todo el espacio mediático.
Tampoco es así. Mi propuesta en cambio se ubica en la línea de considerar a la ecología de los medios, que se parece a las otras ecologías por supuesto, dentro de una historia de ganadores y perdedores, en la que regularmente un ganador de queda con todo, si, pero luego se aburguesa y permite que aparezcan innovaciones en los bordes descuidados de su territorio de control, que comienzan a oxidar aquello que su siesta del ganador permite, hasta que la lenta acumulación de innovaciones menores lo terminan de derrumbar por los pies, para que una de estas nuevas formas mediática se termine apoderando de la pelota para que el juego continúe.
Es decir, hablando de medio, tenemos períodos en los que tenemos un formato ganador estabilizado (libro, silla, pantalla, flecha, etc) y momentos en los que saltos evolutivos pueden incrementar o disminuir la complejidad del espacio mediático comprometido. Durante tiempos estrechos, puntuados se producen cambios bruscos de tendencia: por eso tendemos a ver la ecológia de medios como algo estable durante nuestras cortas vidas.
Visto así lo que sucede ahora con los medios es evidente: los medios audiovisuales se descuidaron (como los periódicos en la década del veinte del siglo XX) y permitieron que florecieran medios digitales efímeros y locativos que fueron capaces de las dos cuestiones fundamentales: conseguir publicidad y control gubernamental.
Google, Facebook (Wapp, Instagram), Netflix y Twitter larvadamente crecieron en la sombra de la TV y ahora se aprestan a dar el golpe final a los viejos medios que en 1969 los ignoraron. En pocos años el netvertising se apropiará de la parte importante de los presupuestos en publicidad y con ello muchas de las discusiones sobre los efectos de los medios concentrados pasarán a la arqueología de las ciencias sociales.
Hasta acá es todo sabido, agreguemos algo más al caldo: la cantidad de datos que circulaban solo por la internet en 1990 era de 0.001 petabytes , en 2000 de 75 Pb , en 2010 de 15000 Pb y para el 2020 serán de 250.000 pb, es decir 250 exabytes, siendo que facebook necesita 1 petabyte para cada 45 millones de imágenes.
Más allá de que estos números sean más o menos ciertos la tendencia sí lo es: lo que tenemos es entonces un enorme vertedero distribuido y ubicuo de datos (e inclusive información) efímera que se deposita en nubes de datos satelitales pero que a la vez forman mantos de cieno electrónico que ocultan, que asfixian, que eliminan las bellas especies que se pescaron durante siglos en el mar del conocimiento compartido: libros, mesas de café, cines, programas de radio y hasta conversaciones bajo un apacible árbol griego.
Esa capa apestosa de datos desingularizados y algoritmizables en largas cadenas de BigData, en parte son reciclados con fines relacionados con el marketing, la vigilancia y el control, o bien para realizar predicciones electorales o médicas, etc, pero lo clave es que desde el punto de vista ecológico lo que se produce es una vasta destrucción de modos de transmisión y comunicación que, aunque vetustos, le llevó a la humanidad 50 mil años construir (desde la aparición del lenguaje al menos).
Acá es donde debemos aprender de los ecologistas de verdad y de las intervenciones de escala que pueden (o no) amplificarse luego. Un ejemplo de lo que podríamos hacer en clave mediológica es imitar la creación de pasillos verdes en África, que conectan áreas aisladas por la producción agrícola de modo de mantener un intercambio de genes suficiente. En el mundo digital se pueden hacer las mismas operaciones para mantener a la internet viva. Se trata de salir del dilema conservación/desarrollo e intervenir (“venir entre”).
En la web hay que revolver un poco, pero enseguida aparecen cosas geniales. Hacer ciberecología implica conservar algunos sitios, sostener bases de datos pero sobretodo apuntalar los dispositivos de enlace.
Internet sirve para sostener una historia sonora, para hacer rizoma con un currículum. Sobran las nuevas especies, tema al que se dedica Diego Paonessa, pero quizás sirva recordar que si los invertebrados duran de 5 a 10 millones de años, los vertebrados mas o menos la mitad y el hommo sapiens ya lleva entre 300 y 200 mil años, tomar medidas para que Internet no se desertifique por el cieno electrónico sería una reflexión productiva.
El mundo digital que supimos construir puede quedar tapado de cieno electrónico. Es una idea. Desertificado, como los mares sin peces que nos hemos sabido conseguir.
La ciberecología es mucho más antigua que los datos digitales, empieza con el iluminismo y la electricidad misma, y posiblemente antes, con los caminos romanos y las tablillas sumerias, con las agujas de hueso y el fuego: todavía se puede hacer algo para que todo lo creado hasta acá no se convierta en paleociberología.
Bibliografía
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Manovich, L. “El lenguaje de los nuevos medios” Paidós, (2006).
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