Estamos en una época interesante. En pocos minutos podés visualizar los bocetos perdidos de Van Gogh y luego subir videos a Youtube defenestrándolo y lograr así cientos de miles de vistas.
Yo voy a hacer otra cosa. Más allá de que Vincent pintara un cuadro cada dos días, que se hubiera cortado la oreja y que su éxito fuera una burbuja creada por la industria de los precios del arte. No me importa. No me importa, porque recordé la Iglesia.
Porque quiero detenerme en la pintura de este posteo. La iglesia de Auvers. Pocos días antes de su muerte fue Vincent y la pintó. Una Iglesia que aparece de espaldas, una iglesia a la que no se le ve cara, una iglesia sin puertas.
En la tela alguien se dirige hacia algún lado, aparentemente con algún apuro y ese edificio aparece en su recorrido, lo obliga a dar un rodeo, le quita el Sol, lo frena con sus ventanas oscuras y su reloj sin horas. El cielo turbulento, sombrío, parece señalar los tiempos que vienen.
La iglesia dedicada a su propia existencia, como todas las instituciones en realidad. Puedo dejar de pensar en la iglesia ahora e imaginarme en su lugar otros sitios que dan la espalda, que no muestran su verdadero rostro: un ministerio, un hospital, una universidad, una repartición cualquiera o un sindicato.
Son como interruptores, obstáculos, coágulos que se cruzan sobre los flujos, balizas mentirosas que nos señalan caminos sin dirección por dónde ir.
Los datos y la realidad social
Pienso en el reciente informe de la UCA: el 54,2 % de los menores de edad del Gran Buenos Aires vive en condiciones de pobreza, el 13,1 % es indigente, el 63,7 % lo hace en viviendas sin cloacas o agua potable y el 37,7 % depende de los comedores escolares para alcanzar una alimentación mínima.
Pienso en la iglesia como obstáculo, pero más. La pienso como distorsión. Como alejamiento. Como un desamplificador. Pienso en los Cardenal Newman, sus programas aporofóbicos y ese destilar temor al pobre, al inquilino, al peatón, al que duerme en la vereda.
Pienso en las burguesías provinciales de Santa Cruz, de San Luis o Formosa, no importa la provincia. Los he visto con mis propios ojos: personajes que se sacan las selfies de ocasión pero que al subir al helicóptero se limpian las manos con alcohol como si la escasez fuera contagiosa.
Hay quizás en estos dos puntos de la red, digo, en la institución como obstáculo y en la aporofobia ubicua un residuo ancestral hispano y al mismo tiempo la semilla que se recreará generación tras generación.
De la aporofobia no sale nada bueno, pero la escasez sí que enseña. No hablo de la austeridad forzada, hablo de entender que las cosas pueden cambiarse si vemos por el otro lado, como en la imagen que ilustra arriba. Es la misma iglesia, pero desde otra perspectiva.
Recuerdo que cuando los americanos vieron subir el Sputnik y luego sentirlo dando vueltas alrededor suyo captaron que algo estaba mal.
El cohete que había soñado Konstantin Tsiolkovsky a principios de siglo y que inauguraba en ese momento la cosmonaútica soviética era la demostración empírica del retraso americano en investigación y desarrollo. De lo que USA tenía que proponerse.
Poco tiempo después JFK prometería llegar a la Luna y no porque fuera fácil, sino todo lo contrario.
Pienso en que sí se podría terminar con la pobreza, aun con el esfuerzo de los pobres. Estará la iglesia dispuesta?
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