Hay en Turquía un pueblo donde se habla el español de hace 5 siglos. Son quizás los más españoles de todos los españoles. Hay en Misiones unos músicos que tocan el acordeón como se tocaba en la Alemania del siglo XIX y quizás ellos también sean muy alemanes, sean unos alemanes sin la losa del nazismo en la espalda. Hay en Argentina un grupo de intelectuales, políticos y científicos que, quizás sin saberlo, son más ingleses que los mismos ingleses.
Nada voy a decir en contra de la idea de Beatriz Sarlo de que las islas Malvinas son inglesas, salvo que si su argumento es que Argentina no existía en aquel verano de 1833 lo que debería tener en cuenta es que gran Bretaña tampoco existía, era en realidad un imperio que incluía a la India, Canadá, Australia y multitud de territorios más o menos conectados en África, Asia y Centroamérica. Algunos bellísimos, como Belice a los que no les ha quedado nada de las Falklands.
Pero dicho esto, y pido disculpas por desautorizar a la señora Sarlo acá no presente, no queda otra cosa para mí que descifrar por qué la señora Sarlo, heredera de esa tradición inaugurada por Borges y quizás su última y más perfecta expresión, se preocupa tanto por iniciar el desmantelamiento final de Argentina.
No es que estemos en desacuerdo, al menos yo que como Juan B Justo me identifico con la causa internacionalista y localista, sino porque quizás sin darse cuenta Sarlo nos lleva a cierta zona de interrogantes bien interesantes.
Por empezar me intrigan los motivos de su admiración. Uno podría pensar que Inglaterra (ahora la llamaremos así) no es nada más que una isla aislada de la Europa continental, protegida por olas salvajes y vientos helados y habitada por seres capaces de tener un rey y que hace siglos descreen de la construcción colectiva. Es por eso que han rehuido a las plazas y a todas las formas de espacios comunes “privados” de la bonanza de lo compartido.
También se podría decir que los 3,5 millones de esclavos que los ingleses llevaron a América, ni los planes piratas sobre todo lo que pasara flotando por el Atlántico podrían ser elementos para utilizar a favor de esa admiración de Sarlo.
Jonathan Swift, Samuel Beckett, James Joyce u Oscar Wilde, por ejemplo, si es que llegaron lejos fue por ser irlandeses y su crítica a lo ingles. Tampoco Robinson Crusoe y su idea de que Viernes era un pobre aborigen que solo Dios y el orden ingles podrian salvar (como el libro salvó de las deudas a Defoe) suena tan bien al oído, ni la conquista de las riquezas de la India desde Bombay, ni la isla de Australia como una reserva de convictos.
Qué es lo que admira tanto Sarlo entonces? Será que los plantadores se hartaron de los impuestos y empezar a tirar el té por la borda y liberar así las colonias? Será que el Sr. Washington se cansó de no poder invadir territorio indio? Pues no creo, porque eran futuros norteamericanos, aunque hablaran en inglés.
Será que su secreto del “libre comercio” se basaba sobre todo en evitar justamente el libre comercio de las colonias que no le fueran fieles? Quizás Penn, el inventor de Pennsylvania, el mayor terrateniente de su época aunque benefactor sí podría ser una perlita, pero a decir verdad eso no parece ser lo que atraiga tampoco a los Sarlo, que son en definitiva apasionados por los ganadores, por los importantes. Quizás el punto, pienso, de los Sarlos, sea Adam Smith, cuando genialmente descubrió que no se trataba de los territorios, sino de la circulación entre ellos, en la forma de comercio, o de lo que fuera. Esa idea sí podria funcionar.
Algunos han argumentado que el secreto inglés deviene por su capacidad de producir una búsqueda colectiva por los adictivos: como el tabaco, el opio, el whisky o Amazon, pero vaya, Amazon está también en Irlanda ahora que lo pienso y el último genio inglés, el gran Clive Sinclair, ese que fabricaba computadoras portátiles antes de la PC o autos a vela que sí podrían haber sido sanas adicciones, pasó al olvido injustamente .
Nada de eso suena bien y creo que se trata de una cuestión de narrativas y literaturas. Es posible pero mi idea es que, como admirador de muchas de las cosas que nos dejaron los ingleses, ese mundo ideal de Sarlo es el que está siendo desmantelado: ya no hay lugar para el té de las cinco misógino, ni la extracción de materias primas coloniales, ni para jueguitos con algoritmos que no pagan impuestos: Inglaterra poco a poco vuelve a ser lo que fue, es decir aquella isla en medio del mar, una gran isla Malvina escocesa, galesa y británica.
¿Eso esto lo que confunde a Sarlo? En el espejo de las disoluciones, de la caída en el embudo de las lenguas de madera, en el fin de las patrias y las matrias Sarlo cree que Inglaterra es Argentina, como creyó en su momento que Argentina era Inglaterra y la verdad es que las Malvinas serán inglesas hasta que la potencia de Argentina o las Provincias Unidas o lo que sea las recupere del modo en que se hagan las cosas en esa época. O no. Quien sabe. Después de todo lo que yo o Martín Caparrós opinemos ya no le importan a nadie.
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