Para cuando en pleno verano de 1920 Max Weber murió súbitamente de gripe española su segunda edición de “La ética protestante” tenía más aclaraciones al pie que el texto original.
Así fue. Es que su temperamento melancólico y disconforme lo llevaba a oscilar entre abandonar una y otra vez la tarea reflexiva a responder cada crítica tan exhaustiva y densamente como pudiera.
Qué decir?
Aún hoy sus textos son tan discutidos, tantos son los “dejémonos de joder con Weber”, que podríamos caer fácilmente en fundamentar en esta inquietud su vigencia y a la vez su descarte.
Sin embargo vamos a proponer acá algo distinto, diciendo que la idea de lo racional, fuera lo que fuere eso, podría ser la mejor vertiente para traer acá a uno de los fundadores de la sociología.
Sabemos que Max Weber no era marxista pero tenía también la creencia profunda de que la alienación era una experiencia esencial de los hombres modernos.
Arrojados a la dinámica de la fuerza del carbón en las máquinas y los esquemas mentales compartidos surfeamos en las olas de lo mismo.
Había estudiado al budismo, al cristianismo y tenía varios sistemas de creencias en carpeta al momento que lo sorprendió el virus.
Sin embargo así había podido reconocer ese extraño encierro en el que nos gusta poner a nuestra mente, con los argumentos más civilizados.
Lo había visto en sus días viviendo de Argentina, cuando convencido que toda la producción se anudaba alrededor de la siembra y la cosecha concluía que Alemania nunca podría competir con Argentina.
No había derechos, ni burocracias ordenadoras, ni educación, ni sistemas de salud. Solamente peones que se aparecían de la nada hacer esos trabajos y desaparecer luego.
Pero esas defensas que los alemanes había construido lentamente con los siglos y que los estancieros argentinos parecían desconocer tenían su pena. Los alemanes vivirían sus días en sus propias y apacibles jaulas de hierro.
Esta larga introducción me lleva a decir que hoy podríamos ponernos en un lugar equivalente al de Weber. Hacer los abordajes del día con la neutralidad y objetividad máximas y el ánimo de llevar las preguntas más allá de donde se pueda.
La peste
Hoy sombrías estadísticas anuncian que muchas personas podrían morir rápidamente por el brote de #COVID19 y que, por más que nos detengamos en las descripciones que conocemos, de alguna manera, dentro de la nueva jaula de hierro, un mar de preguntas están quedando abiertas.
El problema es que tratamos de entender con los patrones que fuimos compartiendo y filtrando, recurrimos a engramas generalizados pero al hacerlo resignamos nuestra autonomía, nuestra creatividad, honramos a nuestro grupos de pertenencia y a nuestra especialidad.
Pero ¿es tan así? Podríamos hacer como Max Weber y manteniendo una posición neutral, avanzar con las herramientas que tenemos a mano y las que no tengamos crearlas. Si es necesario habría que inventar categorías, o hacer descripciones más densas, o permitirnos probar con ideas innovadoras.
Ahora tenemos por delante entender la pandemia de #COVID19: cómo circula el virus más allá de su infectividad, cómo transita la percepción de lo que es enfermar, cómo se adhiere a las poblaciones o cómo los hace actuar.
Cómo unos y otros de estos virus, el de los biólogos y el de los analistas de los discursos, el de los concurrentes a la cantina y el de los periodistas, el de los políticos y el de los matemáticos establecen configuraciones intersticiales, dialogan entre sí, en una camaradería que va amplificando o minimizando la red de fenómenos sociales implicados.
No es que no haya información. Por el contrario: las sociedades científicas, los ministerios, los estudios de TV, los influencers, las Organizaciones internacionales, los grupos de chats de mamis, los familiares de pacientes, los programas de radio y más: todos hacen que el virus vaya de acá para allá, por unos y otros hojaldres.
Cómo interactúan estas conversaciones? Cómo establecen unos senderos de transmisión y obliteran otros? Qué formas adoptan las curvas de contagio, más o menos empinadas? Rebotan? Se aplanan?
Así una mutación viral puede movilizar millones de dólares de una a otra cuenta, pero también una interpretación complaciente o desinformada puede favorecer que las reglas del logaritmo tomen el control de las dinámicas de replicación del coronavirus o un alarmista puede causar que tantos corran hasta una sala de espera para hacerla colapsar.
En este posteo pongo las cosas sobre la mesa, nada más. Y defino mi posición neutralmente melancólica respecto a los hechos que bien podríamos en un momento de entusiasmo empezar a cargar en un Gephi. Quizás tenga que tomarme en serio retomar el estudio de R.
Creo que nos puede ser útil pensar en esa zona, la intersección, el “entre” que articula y separa al virus de sus voceros discursivos.
El paciente 31
Los interesados en los fenómenos complejos venimos viendo algo hace décadas que aún no tiene una explicación clara. Resulta que generalmente aquello que va a extenderse por un sistema cualquiera, ya sea una noticia, una costumbre o un objeto, cuando no un virus o un vampiro, lo hace en una primera fase de un modo suave, disimulada.
A veces esto lleva décadas larvadamente, como le sucedió al fax, el cristianismo, el cólera o el cierre relámpago, pero de pronto un evento crítico dispara un crecimiento exponencial, haciendo que la curva se vuelva sigmoidea, es decir capaz de ocupar todo el espacio disponible en un breve lapso.
Lo que puede ser un evento que salva la vida al dueño de una patente puede ser el fin para aquel al que se le metido el ébola, pero sea como fuera el santo grial sigue siendo ese punto en el que la curva deja de tender a la horizontal para volverse erguida.
La caída de un árbol sobre el cable adecuado puede producir el corte de luz más grave de la historia, como supieron los habitantes de New York el 13 de julio de 1977.
Un retweet puede elegible a un diputado como le sucedió al milagroso Altamira o el cambio del color en un logo puede ser lo que defina toda la historia de una marca, como cuando pintaron una vaca para vender leche.
Desde las Conferencias de Macy nos venimos preguntando que hace que suceda ese salto, que se adopte masivamente un producto, que se vuelva reconocida una marca o que todos terminen tarareando las misma canción.
En Corea del Sur sucedió algo instructivo referido a lo que estoy planteando.
Un evento superinfeccioso, el punto crítico en el que cambió la pendiente de la curva.
Es reciente y aún hay que comprenderlo. Se trata de la paciente 31.
No está claro cómo la paciente 31 se infectó, pero en los días previos a tener el diagnóstico de #COVID19 se sabe que viajó a la capital, Seúl. Tuvo un accidente de tránsito y se asistió en un hospital y en varios oportunidades fue a la Iglesia Shincheonji de Jesús. En solo cuestión de días cientos de feligreses dieron positivo, aproximadamentes el 20 % y un segundo grupo importante surgió del hospital.
Complejidad, flecha temporal, redes
Sabemos que la ciencia de redes es efectiva para explicarnos que lo que se difunde lo hace dentro de grumos y cada tanto salta a otros grumos. Cuando desde un olvidado cluster lateral inunda grandes paquetes centrales se dice que se ha entrado en la sigmoide.
Para eso el ARS (Análisis de Redes Sociales) ha desarrollado toda una gama de definiciones, algoritmos y visualizaciones. Ahora también sabemos que se encuentra rápidamente con límites interpretativos.
Ahora tenemos que preguntarnos. Qué sistema de creencias llevaron a nuestra paciente de aquí para allá? Que hizo que estuviera en ese hospital y en esa Iglesia y con quiénes? Qué cosas compartió además del virus, como lo hizo, con que palabras, con que anhelos. Cual es la dirección temporal de estos eventos?
Hasta donde salirnos de los engranajes? Cuánto influyó el clima? Cuanto el modo americano de vida? Cómo lo que dijo un político en los medios? Cuánto influyó el paso fronterizo? Cuanto los lazos largos, cuanto los estrechos?
Qué soportes hicieron del #COVID19 una cuasimarca global? Que tienen los “casos 31” que se vuelve tan difícil reconocerlos, prevenirlos o crearlos?
Estamos bañándonos en muchas aguas al mismo tiempo. ¿Cómo no vimos que estaríamos sumergidos? ¿No nos dijo nada Yuri Levitan?
¿Cómo hacer para que lo que está pasando sea más comprensible?
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