Más allá de la difusión global de las ideas asociacionistas y socialistas durante el siglo XX, en algunos territorio como el País Vasco o la Ex Yugoslavia su impacto concreto se amplificó, implicando situaciones de vida de muchas personas que en muchos casos aún persisten.
El cooperativismo se trata de una praxis que apunta a ir más allá del predominio del conflicto y la competitividad propia de los conservadores, para hacer predominar relaciones de cooperación y ayuda mutua en formas de acción colectiva.
Por supuesto que hasta ahora la única forma de que la entropía competitiva y destructiva no gane el juego es mediante el sistema de reglas de juego negantrópicas. Por ejemplo en el País Vasco el movimiento cooperativo se desarrolló extensamente. En parte las raíces culturales y las redes de confianza de su comunidad pero también las acciones del gobierno.
Las cooperativas vascas están organizadas en la Confederación de Cooperativas de Euskadi, integrada por unas mil empresas de media docena de federaciones que integran en sí casi al 95% de los socios cooperativistas del País Vasco.
La situación se debe, como dijimos, a condiciones culturales de producción, pero hilando más fino a un reconocimiento de las cooperativas como actor político.
Los organismos públicos han fomentado en el país vasco a las cooperativas con amplias medidas, empezando por la inclusión del cooperativismo en los planes de estudios de los centros de enseñanza media, profesional y universitaria, además de subvenciones, asistencia técnica y medidas fiscales.
Si bien la Administración pública vasca había limitado su política pública
de apoyo al denominado Tercer sector –Economía social– a las sociedades
cooperativas, desde principios del siglo XXI se intentó abarcar una mayor amplitud de entidades integrando a la economía solidaria, y a las entidades asociativas.
Durante muchas décadas las cooperativas disfrutaron de un gran abanico de beneficios fiscales. Se provocó una corriente que denunciaba la existencia de asimetrías entre estas sociedades anónimas y las de régimen mercantil común.
Hubo reclamos de este sector contra políticas públicas orientadas directamente al empleo en las cooperativas o políticas generales como la promoción territorial planificada y de apoyo a la formación en cooperativas.
El año pasado se promulgó la nueva Ley 11/2019 de Cooperativas del País Vasco, que entre otras cosas amplió al 30 % el límite de trabajadores por cuenta ajena con el que pueden contar las cooperativas y limitó la responsabilidad de los socios cooperativistas a sus aportaciones al capital social.
Es Ley se trata de un conjunto de normas que promueven el uso de nuevas tecnologías y que trata de adaptar el sistema normativo a la realidad del ecosistema cooperativo vasco, flexibilizando y acelerando la toma de decisiones y acercándolas a las reglas que rigen el resto de las sociedades capitalistas, con la idea de que el tejido empresarial vasco pueda competir a nivel global con el resto de las entidades que operan en el mercado.
La otra gran experiencia fue la de la Ex Yugoeslavia, donde socialistas y comunistas no alineados a la URSS crearon el Programa de Liubliana en 1958 mediante el cual se permitía la propiedad privada de los medios de producción y servicios, en ciertos sectores económicos secundarios.
Si bien hoy nos resulta complicado comprender aquellas formas de gobierno broadcasting centralizados en Moscú, la experiencia del Socialismo Autogestionario en Yugoeslavia permitía la intervención directa de los trabajadores en la gestión de las empresas mediante las asambleas de trabajadores y referéndums.
Bajo estos procedimientos, los trabajadores podían intervenir expresando sus opiniones y propuestas para la resolución de cuestiones relacionadas con la marcha de la empresa.
Las empresas eran dirigidas por los consejos de trabajadores, compuestos por 15 o hasta 20 personas electas cada dos años por los colectivos de trabajadores, situación que en la década del sesenta comenzó a girar hacia una pérdida de poder por parte de los trabajadores y transformaciones en las relaciones de producción que terminaba autogenerando a una capa social privilegiada, lo que no deja de ser otra muestra de que el cooperativismo requiere de mucha exigencia en el cumplimiento de reglas de juego que eviten que la mano invisible de la entropía destruya la creatividad del trabajo.
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