En este posteo hemos llegado a la mitad de nuestras intervenciones sobre socialismo creativo.
En los diez primeros intentamos plantear los graves problemas a los que nos ha llevado este capitalismo sin bordes, sin límites.
Un capitalismo controlado desde un núcleo orientado solamente en la maximización de ganancias irracionales.
El planeta ha sido afectado globalmente. Se ha destilado una desigualdad descomunal pero, a la vez, se ha reducido la pobreza y dado acceso a bienes elaborados industrialmente a enormes grupos poblacionales que antes vivían carentes de lo básico.
Alguno puede pensar que los efectos adversos del capitalismo se pasarán con unas gotas de hepatalgina, pero no es así, para nada.
El cambio climático es evidente pero otros fenómenos originados en el capitalismo son más graves son difíciles de captar por el habitante de las ciudades ajetreadas, y sin embargo están ahí.
Por ejemplo el volumen total de insectos, megafauna y riqueza ictícola está disminuyendo hasta niveles antes desconocidos.
Enormes superficies boscosas son arrasadas con todo y sus animales para hacer minería vegetal extensiva, de la que se sirven las grandes corporaciones: se trata generalmente de cultivos de los que se extraen aceites o harinas que luego de procesadas son envasadas en plástico coloridos, plásticos que luego de ofertados en grandes superficies comerciales van a parar a inmensas formaciones flotantes en los mares, del tamaño de países enteros.
El giro democrático
Siendo las cosas así es difícil entender por qué las poblaciones afectadas, que luego van y votan no toman conciencia de estos asuntos.
Al mismo tiempo que estos problemas se agravan en las democracias occidentales se propaga el iliberalismo y formas populistas que ofrecen más industrialización y más deterioro del medio ambiente con la promesa de una distribución menos desigual o cosas así.
Por ejemplo: cuando Macron propone disminuir el consumo de energías no renovables a favor de energías limpias, independientemente de las desprolijidades sistémicas que los encorsetan, miles y miles de personas salen a las calles a protestar reclamando tener más dinero para gastar y más petróleo con que moverse.
Nada nos hace inmunes a estos problemas
Es por eso que nos proponemos pensar en alternativas a este dilema, a este tema maldito en el que cualquiera de las soluciones que se nos ofrecen, por izquierda o derecha, desde el Norte o desde el Sur, terminan generando los mismos problemas que quieren eliminar.
Y así el primer tema de esta segunda parte no puede ser otro que el del regreso a lo artesanal o lo que llamaremos lo neo-artesanal.
Porque en una sociedad que avanza hacia la cuarta revolución industrial, hacia la sobreproducción, hacia la algoritmización del cotidiano, la ex-centración del Estado, la robotización y el des-empleo crónico el arte es lo que nos puede sanar.
La costumbre, los malos entendidos, el sentido común nos dicen que los artesanos son unos personajes ya perimidos y que la sociedad ha mejorado con sus condiciones con el trabajo “en blanco” y sus prestaciones “seguras” (y pagas por el empleador o el Estado), pero lo que postulamos acá es que más temprano que tarde veremos que no es así.
En primer lugar nuestra cultura, custodiada por la mirada anglosajona, se repite que nada hay como la competencia entre individuos u organizaciones para hacer bien un trabajo y sin embargo, cuando vemos cómo trabajan las grandes corporaciones creadas en este siglo, lo que vemos es justamente lo contrario: se necesita capacidad de colaboración, que unos se ayuden a otros y que el éxito sea colectivo.
Nada más leer se la biografía de Bezos, la persona posiblemente más rica del mundo, para entender que su Amazon no se hizo obligando a que sus empleados compitieran irracionalmente, sino principalmente colaboraran para conseguir los objetivos propuestos.
Des-acreditando al artesano
Es verdad que el colectivismo autoritario soviético falló cuando quiso proponerse objetivos productivos respecto a las democracias Occidentales, pero el espiritu empresarial japonés probó que si se podía progresar y lograr éxitos funcionando colectivamente.
Si vemos a Facebook, Google u otros ejemplos de empresas exitosas podemos entender que la programación se presta para trabajar en grupo y que nuestro elogio del artesanado podría venir de una distorción cognitiva, es verdad.
Pero si miramos con más detalle veremos que por ejemplo Linux no funciona precisamente como un convento controlado verticalmente por el Papa o algunos de sus representantes en la Tierra, sino más bien como una gran Plaza de pueblo unos pasean conversando, donde se venden y compran cosas, donde se da la vuelta del perro, donde los chicos juegan en las hamacas y donde mientras alguien corta el pasto otro pinta las líneas blancas que marcan los senderos.
Nadie controla lo que sucede en la Plaza, pero funciona mucho mejor que lo que puede lograr el señor Obispo preguntándose por el monje más eficiente.
Este es un primer punto a favor de un resurgimiento de lo artesanal y de la lógica del taller, en el próximo posteos abordaremos los problemas que debería resolver antes de convertirse en una propuesta programática del socialismo creativo.
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