Estoy leyendo The extended phenotype de Richard Dawkins. No es el libro que tengo en la mano, no te preocupes.
Según dice el texto, los biólogos Wallace y Darwin, inventores de la idea de la Evolución, usaban la palabra “aptitud” para referirse a la cualidad de algunas especies, que eran más idóneas que otras para adaptarse al medio y reproducirse.
Ambos se expresaban de un modo bastante general, que después se fue haciendo cada vez mas específico cuando la idea fue adoptada por sus discípulos y las generaciones siguientes de biólogos.
La aptitud (fitness) fue entonces mensurable y secable al sol como una piel, hasta que en el momento menos pensado la idea primaria estalló en una diáspora de conceptos y creencias tan dispares que ya no consensuaban casi nada. Dawkins da muchas mas explicaciones, pero no vienen al caso ahora.
Algo parecido pienso que a sucedido con palabras como ideología (primero marx, luego el marxismo y luego los marxistas), inconsciente, argentina, gardel, pelota que no se mancha, el che, peronismo, mate, tránsito (lento, el intestinal supongo) o blancura.
Es como si aquello que nace vago, difuso y adaptable a sus circunstancias se va convirtiendo en un punto cada vez mas definido, nítido y contrastado respecto a un estado de las cosas nebuloso.
Todo va bien hasta que de repente estalla en mil pedazos y se convierte en una especie de supernova cognitiva vacía, en un remanente muerto pero que sin embargo nos atrae y nos hace decir las mas increíbles tonterías.
Algo parecido le sucede a los medios de comunicación, a las escobas, a las personas, a las ciudades, a los cultivos celulares y a las fotos del álbum familiar.
Frente a mi tengo la foto de don Francisco y su doña Angela. La estoy usando como marcador del diario de navegación de Colon, al que recurro cada tanto, cuando no se donde cornos queda América.
Dios los tenga en su gloria a don Francisco y a su Doña. Ya nadie se acuerda de ellos, ni de la casa en la que me recibió, ni de la tarde que remó varias horas debajo de la lluvia solamente para agarrarse a las trompadas, como le corresponde a un guapo de veras.
Apenas retengo que tenía un horno de barro y un zorzal al que le daba de comer de su mano. También que me enseñó a hacer un nudo de pescador que la próxima vez posiblemente repita desagradecidamente.
Por eso decia que las cosas empiezan nebulosas, pero se van aclarando de a poco, hasta que nos dejan de hablar.