El hombre debe estar donde está la montura de su camello decía Mahoma.
Hizo su casa con un área central aireada y fresca, rodeada de habitaciones para sus esposas.
Por alguna razón de la viralización la mímesis esa matriz sirvió de modelo para el resto de las mezquitas.
Del Islam a Facebook
Las primeras mezquitas eran hogares y tenían un Mihrab que siempre apuntaba a la Meca, estuviera donde estuviera. Uno se sentía parte de una comunidad que funcionaba a distancia. Alrededor de La Meca. Alrededor de Dios.
Gracias a la matemática, el lenguaje, el comercio con oriente y occidente, la tasa de innovaciones, la organización militar el Islam se desplazó mucho más rápido que las religiones anteriores.
Comenzó en la península arábiga el año 622 y alcanzó su máxima expansión un siglo después: aún no existía nada más rápido que un caballo para moverse desde Asia hasta España.
Mahoma decidió poner su capital en la actual Siria, donde el conflicto actual destruye diariamente el patrimonio cultural del país. Nadie toma medidas sobre el asunto.
Desde Damasco salían y adonde llegaban los musulmanes instalaban sus máquinas de reproducción cultural: textos, códigos, protocolos, matemáticas, arquitectura y sistemas energéticos.
Las plataformas telemáticas de redes sociales como Twitter, Facebook, Snapchat y tantas otras han aprendido de esa lección musulmana. Usan mecánicas similares para expandirse y sostenerse en el tiempo.
Ambos procesos implican algunos costos para las comunidades conquistadas: imposiciones, formatos, sujeciones y sobre todo un modo de rezar mirando hacia el centro.
Se trata de un modo de descomunidadizar e implantar nuevos memes que se sostengan entre sí. Se desencastran los memes viejos, en un proceso que siempre tiene el costo que reservas memoecológicas.
Todos estamos acá posteando, pero rezamos al Silicon Valley. A la comunidad de California. Replicándo sus valores, como países conquistados.
Todos estamos acá viviendo en comunidades a distancia, donde el espacio a sido quitada de la escena.