Mi padre insistía mucho en que aprendiera a usar las herramientas, especialmente el destornillador, el martillo y la máquina de agujerear.
Como cualquiera puede adivinar, a esta altura de mi vida ya no creo en las herramientas (a excepción del cuchillo, claro).
¿Acaso las transformaciones importantes son resultado de la “manipulación” de “herramientas”?
La crisis del 30, la diabetes de mi tatarabuelo, el día que choqué llegando a Ramos Mejía no fueron producto de herramientas (aunque participaron, desde ya).
El día que el cirujano tiró mi vesícula biliar en un frasquito no fue por el bisturí ni por mi hígado, sino por el vínculo entre ambos y miles de enriedos envolventes de esa relación.
Aquellos tablones apenas levantados sobre el agua del rio, que habían sido un muelle en su momento y que ahora solo se pueden ver en fotos, nunca fueron realmente una herramienta: Argentina había decidido vivir vendiendole granos y carne a Inglaterra… o acaso los ingleses tienen la culpa?
Las bombas atómicas, las plantillas del excel, la cortadora de cesped, los puentes colgantes, el memorandum… ¿Tendremos que mejorar nuestras herramientas para que el ángel de Walter Benjamin deje de espantarse con el pasado?
Dicen que la sequía que abunda ahora en Argentina es de las mas importantes de la historia, pero no creo que tantas generaciones hayan estado equivocadas al no construir canales de irrigación o al destruir los trenes que podrían llevar el agua adonde ahora se la necesita.
Definitivamente no creo en las herramientas, salvo en su versión Mcluhaniana: puntos de paso de otros puntos de paso y así hasta otros puntos de paso.
Como en un cruce de avenidas, somos cada uno de los autos, cada una de las lineas del empedrado y cada una de las luces del semáforo.
Ahora dicen que “Facebook es la más potente herramienta de comunicación“. Ni si, ni no. ¿Acaso le querrán echar la culpa luego? Acaso esos dos que van en el ascensor sin saludarse lo harán gracias a facebook?
En fin, no creo en las herramientas, pero que las hay las hay.