Las Lanzas de Schöningen fueron una de las primeras extensiones del cuerpo humano. Hace 400.000 años fueron usadas para matar animales a corta distancia, pero sin tener que agarrarlos con las manos.
Las lanzas transmitían la fuerza humana, pero tambien llevaban en si, como un impetus, la información de su forma, una forma que decía quien la hacía, para que la hacía, como la usaba.
Tanto es así que hoy podemos desentrañarlas de la tierra y de la cultura.
El Vuelo 370 de Malaysia Airlines, que terminó clavándose en el océano con 239 personas a bordo piloteado por un robot, fue la última de esas lanzas. Es que las lanzas aprendieron a desprenderse de las manos que las sostenían, pero aún necesitaban de su dirección, de su intención, de su destino.
Durante los milenos en los que las lanzas fueron claves los humanos fueron muy buenos para recolectar, procesar y enviar información. Las lanzas podían ser entendidas como una herramienta de esa capacidad. Cuando comenzaron las Lanzas de Schöningen se abrió el corchete.
Cuando cayó el avión el corchete se cerró, encapsulando adentro todos los paréntesis que se habían desplegado durante siglos, como el paréntesis de Gutenberg. Susan Blackmore ha sido de las primeras en alertarnos y quizás de festejarlo. Hay en este momento muchas maquinas dialogando entre sí, usando datos e información que no podemos entender.
Desde entonces las máquinas usan prioritariamente tremes y ya no necesitan parasitar las extensiones del hommo sapiens, sino eventualmente convertirlo en sus propias extensiones, tal como predijera Marshall McLuhan.
Las máquinas buscan humanos y tratan de desvalijarlos en los mercados electrónicos, en los tableros de ajedrez o en las gabinetes psicológicos. El deep learning es el golpe final: equivocarse y aprender de los errores. Los humanos nunca fuimos buenos en eso. Lastima.
A este período es al que llamo los corchetes de Schoningen.