Desde Spruille Braden los argentinos estamos acostumbrados a culpar a los Estados Unidos de nuestros males. No es un interpretación equivocada, después de todo la Argentina es prácticamente una provincia mas en el patio de atrás, que no pudo industrializarse, ni desarrollar un grupo de líderes positivos, ni emanciparse, ni integrarse a los bloques económicos que se fueron sucediendo en los últimos dos siglos, ni darse una organización interna donde el trabajo de los ejecutivos no fuera exclusivamente para construir poder en vez de ponerlo en infraestructuras para todos.
Quizás por eso fuimos casi siempre gobernados por abogados o militares. Pero las cosas se han complicado. Poco importa que el progresismo reaccionario macristinista no se haya percatado que forma parte del relato que cree estar construyendo.
Como pienso las cosas están cambiando y la culpa de Estados Unidos sigue vigente, pero está virando, está empezando a tener otra calidad. Voy a dar un ejemplo: la CIA es incapaz de disciplinar a la Secretaria de Inteligencia de Argentina y ésta, autónoma de los gobiernos de turno, se convierte en un segundo o tercer poder que pone a personas como Miguel Bonasso en situación de plegaria por su vida. Hasta hace pocos años hubieran intervenido rápidamente y puesto sus intereses seguros, pero ahora ni eso.
El tema no es menor, insisto. Los americanos se habían convertido en lo que los ingleses en el siglo XIX y quizás los chinos en éste: la Ley. Por algo la Constituciòn de 1853 es una copia de la americana, y tanto que sus artículos fueron debatido en su momento 11 minutos cada uno.
Pero las cosas cambian. Roberto Gargarella ha explicado claramente el tipo de Ley que los gobernantes tienen en mente ahora y su resultado: “crímenes irresueltos, impunidad y actos de corrupción, sospechas que ensucian a todo el Gobierno. Alimenta la corrosión de nuestras energías cívicas, el terror dentro del ámbito judicial y el miedo en la ciudadanía. Lo que resta es una enorme sensación de tristeza y bronca colectivas.”
Pues bien, la posición melancólica de Gargarella se queda corta. Yo creo que, desinteresados los americanos del Atlántido, nos hayan dejado abandonados a nuestra propia mexicanización: narcopoder, guerra civil de baja escala, abandono del Estado de los espacios públicos, sometimiento general mediante el doble candado de la pobreza y el miedo.
Este ha sido el proceso que ha continuado la década ganada, liderada por el matrimonio de Néstor y Cristina, obligado incluso a tomar medidas conservadoras batiendo el tambor de la inclusiòn social, cosa que ellos mismos han reconocido.
Entiendo que ya a estas alturas no se trata de intenciones, de corrupción o de disputas de grupos, sino de una degradaciòn sostenida, lenta y que quizás esté empezando a entrar en la recta final.
Todos esperamos la devaluación de este año. Todos sabemos que el kirchnerismo falló. Dirán que no los dejaron. A eso quiero llamarlo fayismo, un heredero del viejo fascismo pero mustio, blando, fisurado por todos lados e imposible de reproducirse porque ya no están aquellas circunstancias que incluian a la industria y el broadcasting.
El fayismo, mi neologismo tonto, se refiere al tren que uniría la Argentina con Uruguay, al soterramiento del Sarmiento, al abastecimiento energético, al asunto de la AMIA, a libre.ar, al Puente Reconquista Goya, a la sojizaciòn, a los productores que cosechan a pérdida, a las mineras extractivas a sola declaración jurada, la radarización de fronteras, la extención de la pobreza y la indigencia, dengue, fiebre amarilla, fiebre hemorrágica, Silvana Relats, Lázaro Baez, concentración financiera … suficientes ejemplos.
Tarde o temprano la presidenta, posiblemente cuando ya no lo sea, va a decir que la culpa fue de todos los argentinos, que no estuvimos a la altura de la época. Dirá que miremos al norte, que la culpa es de Estados Unidos. Dirá que fuimos unos cobardes. Y en todo eso va a tener razón, pero tarde.
Debo la idea de este post a la lectura de los textos, a las intervenciones radiales y a intervenciones personales que he escuchado del editor Alejandro Katz.