Hoy estuve aprendiendo a ver los dibujos de los pacientes psiquiátricos desde una perspectiva que me era desconocida: girando la hoja.
Los papeles, colores y trazos escondían formas que estaban siempre a la vista, pero que yo no era capaz de interpretar o expresar con palabras.
Dibujos que están ahí, diciendo algo que no entendemos aun, preguntándonos, proponiéndonos, pidiéndonos que hagamos algo (al menos comprenderlos), que tomemos posición.
En esto estaba, mateando y haciendo garabatos para el próximo cuatrimestre, cuando me pregunté por las apelaciones cotidianas en las que estamos embebidos sin percatarnos: por ejemplo, ¿Qué pide un inodoro, dibujado o no? ¿Que pide una casa, un puerto, un muro en Facebook, un mouse? ¿Qué dice una larga fila de nombres de detenidos-desaparecidos junto al rio? ¿Qué lugar nos ofrece una avenida con sus autos a punto de arrancar y nosotros que venimos en bicicleta?
Alguien dirá: “son útiles, eso es suficiente”. Es cierto: un inodoro, una casa, un posteo, un puerto, un mouse, una avenida, una larga pared son sinceras, brutalmente reales y pragmáticamente aprovechables.
Pero es verdad tambien que algunos inodoros nos piden que nos pongamos en cuclillas y otros que nos sentemos, unos que apretemos un botón y otros que tiremos una cadena, unos que veamos lo que hicimos, otros que lo resolvamos bajando una palanca.
Casi lo mismo se puede decir de las singularidades de una avenida, de una pared o de cualquier construcción humana, desde una plataforma hecha de software a otra en la que se apoya una estatua.
Nos hacen preguntas y nosotros no las contestamos. Solamente actuamos lo que nos piden, para no molestarlas ni molestarnos.
Pero, porqué?
Es que las arquitecturas, al interrogarnos, pro-ponen también fantasias, dispersan posibles subjetividades provisorias (y opacan otras) pero lo hacen ademas con una pre-potencia que apenas percibida nos espanta.
¿Todos mis pasos dentro del Shopping habían sido diseñados por los arquitectos? Los inventores del lomo de burro, ¿son los que me hacen bajar la velocidad en la esquina de casa? ¿Cuantas veces alguien tiene ganas apenas ve un baño?
Quizás no sea tan problemático despues de todo: ¿Acaso la peor pregunta no es “que hago con estas personas en este lugar”?
Las arquitecturas nos lo evitan y nos prometen mil mundos, pero descubrilo es como andar por unos pasillos desconocidos y reconocer que se trata de un laberinto; como percibir que Alien, el octavo pasajero, puede aparecérsenos desde afuera o desde adentro, en cualquier momento, con toda su verdad a cuestas, con toda la realidad de golpe.
Las arquitecturas son, pensadas así, tan horrorosas como aquello de lo que nos protegen; ¿Cómo sobrellevar el horror que significa estar en Facebook, en el medio de un museo o en el evento mas catastróficamente simple sin refugiarnos en su arquitectura?
Quizás por eso es dificil entender algunos dibujiotos inocentes, tirados en la pantalla de los arquitectos.