Ninguno de nosotros se trataría en un hospital o clínica sucia. Nadie comería carne producida en un establecimiento sin higiene, al menos si lo supiera. No enviaríamos a nuestro hijo a un jardín de infantes contaminado.
Propongo acá un salto metafórico: ¿Por qué entonces vivimos como si nada en una sociedad contaminada de sobornos cotidianos, de tráfico de influencias y de inflación de palabras, valores y reglas comunes?
¿Cómo nos hemos acostumbrado? Alguna vez me dijeron que no tenía que hacerme problemas con estas cuestiones, que todo está ya en la historia de Roma, el principio y el fin. Es posible. Que nunca se produjeron tantos bienes, que se está mal, pero que nunca se estuvo tan bien. Si, suena cierto también.
¿Pero qué es lo que tenemos a la vista? Se nos proponen sueldos y honorarios en pesos y tarifas de servicios públicos en dólares. Lo vemos en publicidades realizadas con extras que habitan decorados y grandes parques ABC1 que desconocen cómo usar. Se nos muestran cotidianamente desfalcos legalizados por las élites, delincuencia económica convertida en picardías de algoritmos y cálculos personales. El 92 % de las causas de corrupción no llegan a ser enjuiciadas, al menos en Argentina, pero no es para preocuparse muchachos, todo tiene arreglo. La pregunta diaria es “qué tan generosos son?” como dice un personaje de “El lobista“; tampoco es para ponerse mal. Relax.
Cuando uno se pone a ver con detalle descubre que tres de cada cuatro casos de corrupción implican altos cargos de corporaciones y del Estado, pero el Poder Judicial se encuentra tan colonizado que las ruedas no se mueven. Quizás el cálculo esté viciado y la microcorrupción sea mucho más extensa. La causa igualmente es la falta de control democrático, nada más.
Estos días ví Apenas un delincuente, una película que cuenta la historia de un empleado contable que descubre que por seis años en la cárcel podría darse la gran vida. Un film de 1949. Jesse Duplantis, un tele-evangelista de Louisiana, está convencido de que Dios quiere que él posea un cuarto jet privado. Quizás no pueda encontrar mejores ejemplos.
En Argentina es siempre lo mismo: grandes obras en pequeños lugares son la mejor forma de corrupción. El cocktail se completa cuando se le exige a las pequeñas empresas atributos que sólo pueden cumplir las grandes corporaciones. Una cooperativa puede ser cerrada por no pagar la luz, pero también por no tener pintada la caja de los interruptores de amarillo y negro.
Pero seamos sinceros: cumplir reglas estrictas de ética corporativa (compliance) se da de bruces con las aspiraciones de los accionistas. Mientras tengamos empresarios así vamos mal. Mientras la élite tironee de cada tendón estamos jodidos. Mientras falte control vamos a ir cada vez peor y nadie sabe qué puede pasar.