El cristianismo la pasó mal durante sus primeros siglos como religión y grupo de presión político: leones, crucifixiones, gladiadores y esclavitud le fueron administrados en altas dosis, pero no fue suficiente.
Donde los romanos encontraban a un líder cristiano ahí mismo lo liquidaban, pero para su pesar aparecían enseguida dos o tres mas, viralizando subterráneamente el mensaje de Jesus por un territorio que estaba tan integrado como indefenso a esa infección memética.
Poco a poco la corrosión cristiana se propagó infectando cada rincón del imperio latino, principalmente a través del ejército, que a su vez había colonizado a los emperadores. A medida que avanzaba todo acuerdo quedaba supeditado a una verdad basada en la fe que la Iglesia (que significa asamblea) administraría.
Cuando desde Roma comenzaron a ver cómo una economía romana basada en el modelo de la palabra y la obligación cívica empezaba gradualmente a ser reemplazada por el catecismo, sostenido en la eficacia sobrenatural del regalo y la caridad, ya no pudieron hacer otra cosa que absorber a los cristianos en la élite. Era tarde para otra cosa.
Jesús había enseñado a sus seguidores que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de los Cielo y eso le encantaba al pueblo del imperio, tanto como el bautismo, la adoración, la oración y el adoctrinamiento.
Con los años, la avaricia que decían denostar los cristianos era uno de los explicatodo que daba cuenta de los problemas percibidos en cada cotidiano y la filantropía una apuesta casi segura a una vida eterna, placentera y sin las aflicciones terrenales.
Funcionaba. Era un plan Ponzi perfecto, que enviaba toda la deuda a los muertos. Poco a poco lo que había hecho progresar a los primeros romanos se pudrió, y los códigos quedaron atrapados por una serie de enredos teológicos que santificaban la pobreza y satanizaban la riqueza, pero que al mismo tiempo volvían a la Iglesia mas y mas poderosa: Jesús advertía desde las paredes de los templos, pero los obispos empezaron a comían y vivir a todo lujo. No todos, claro.
Al pasar los siglos, el Occidente Católico, que no había sido suficientemente limpiado de estas creencias por los vikingos y sus descendientes, inventó, desarrolló y cultivó un extensísimo sistema de liturgias invisibilizadoras del gran timo, desde las misas hasta las procesiones.
Al final de la Edad Media estas creencias mémicas desembarcaron en América con el mismísimo Cristóbal Colon y luego en Buenos Aires, con sus distintos fundadores como transportadores del virus de los sermones, las confesiones y el diezmo.
El problema no eran las creencias religiosas en sí, sino que las palabras de los contratos quedaban devaluadas por la mediación de la Iglesia y del Estado, que afectaba el poder tanto del prestamista como del deudor por un lado, pero que inflacionaba al saber-hacer y hacía que adquirieran una importancia completamente distorsiva la lealtad y los contactos.
En el año 1983 participé de una marcha que avanzando por la calle Paraguay, rumbo al centro de la ciudad, cantaba “ya ay ay que la deuda la pague Alsogaray…“. Esas eran nuestras palabras. Eramos grupos universitarios que se llamaban de izquierda, pero de algún modo era también una caminata religiosa: cantábamos y le pedíamos a alguien que nos nos cobrara la deuda externa pública que, como habitantes del país, se nos cargaba en la mochila.
Las vueltas de la vida, pero sobre todo las acciones de la camarilla de políticos que fueron cambiando las máscaras las décadas siguientes, no solo hicieron que la deuda la pagara Alsogaray como representante del peronismo menemista, sino que ademas esa deuda se incrementara continuamente, entrara en default y llegara a la situación de los llamados fondos buitres.
Los fondos buitres, a los que obliga el Juez americano pagarles, son en este caso un rejunte de bonos que quedaron cajoneados en bancos de provincias europeas y que jóvenes argentinos, simpáticos y mochileros, compraban a precio de feria de domingo, mientras el ministerio de economía no hacía nada.
La deuda externa pública argentina se manejó de un modo irresponsable, fuera de control literalmente: se trata ademas de una deuda que es odiosa, porque el pueblo no es responsable de la deuda en que hayan incurrido gobernantes impuestos por la fuerza y existe abundante documentación respecto a que los gobiernos militares sudamericanos no fueron autogenerados, sino que surgieron estimulados, financiados y sostenidos por los países desarrollados.
Es esta una deuda ilegítima en su origen, pero convalidada por los gobernantes año tras año y por mas que se hagan gestos y discursos en la OEA y en la ONU tarde o temprano habrá que pagarla: después de todo la existencia de países periféricos es una creación inglesa para poder contar con deudores crónicos cobrables.
¿Cuántas décadas sufriremos por culpa de nuestros gobernantes?
Los juzgados americanos no son católicos como los argentinos y tienen una explicación más terrenal de estos asuntos. El que tiene una deuda debe pagarla. Son pragmáticos: el perdonar está del lado del acreedor, no intermediado por un organismo central, global, ubicuo, o sea la Iglesia o alguno de sus equivalentes. No hay caridad posible.
Los gobernadores de Argentina acordaron ceder la soberanía jurídica del país, se sobre-endeudaron, utilizaron los fondos para que una pequeña élite viviera la mejor de las vidas durante décadas y fugara al la banca externa el equivalente al total de la deuda y ademas han logrado, mediante el artilugio de la “democracia” movimientista limpiarse de responsabilidades.
¿Porqué Griesa debería aceptar esa locura de que la caridad cristiana regule un contrato? Su idea es concreta: las palabras empañadas se mantendrán y las obligaciones contraídas deberán ser satisfechas. El perdón, es lo que cree Griesa, está del lado del acreedor. No es nada personal, ya que lo han hecho con los miles de hipotecados que quedaron en la calle luego de la crisis del 2008.
No pagar la deuda implica para la Argentina la imposibilidad de obtener nuevos créditos, duras condiciones por parte de los acreedores, políticas económicas restrictivas con la población, inflación y una espiral sin fin de empobrecimiento del que solo se sale pagando. Y pagando mas. Para colmo no pagar la deuda no afecta los mercados de bonos de la deuda.
La deuda hay que pagarla, pero dicho esto hay que tocar otro botón: hacerse cargo del tipo de representantes que hemos permitido que gobernaran la Argentina y manejaran la deuda externa pública de semejante modo. Están, pero podrían no estar.
Pensar así implica un cambio en la ecuación que nos proponen os medios. Ya no es:
pueblo + gobernantes vs acreedores externos
sino otra, algo siniestra, pero que funciona muy bien para explicar el estado de cosas:
pueblo vs gobernantes + acreedores
Es triste que vivamos un mundo así, pero hay que aceptarlo. Como se hizo a principios del siglo XXI con los militares genocidas, los responsables de este embrollo se tienen que hacer cargo de las irresponsabilidades con las que han arruinado a su pueblo.
La deuda es una herramienta de los Estados y los grandes grupos económicos para controlar a los ciudadanos, pero también la religión que llevamos en el cuerpo.
Es un largo camino el que queda por delante, que implica desmontar el catolicismo y a todos los obispos del peronismo que llevamos en la carne y reemplazarlos por un nuevo acuerdo, con un juego limpio. Mientras veo el futbol una bandera brasileña dice “orden y progreso” o mas simplemente: esfuerzo y meritocracia con reglas claras.
Pagar la deuda es el costo de décadas de sumisión a un grupete de gobernantes irresponsables, que fueron capaces de psicopatearnos con toda la parafernalia religiosa. Lo saben y la prueba es que el Senado aprobó recientemente la Ley sobre la Responsabilidad del Estado que establece un marco regulatorio para las demandas de particulares y empresas contra el Estado Nacional.
En el artículo 6 se menciona que el Estado no debe responder por los perjuicios ocasionados por los concesionarios o contratistas de los servicios públicos (históricamente testaferros de los gobernantes) sacándonos la posibilidad de presentar demandas civiles contra funcionarios. Mientras no reaccionamos ellos avanzan.
He dejado por ahora de participar en las manifestaciones callejeras que salen a rogar no pagar la deuda externa, en parte por estas reflexiones.