Ultimas imágenes de la ciencia III

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revello.jpgAsí son las cosas en este planeta digital: justo cuando termino de leer el libro de Torre Revello "La sociedad colonial, Buenos Aires entre los siglos XVI y XIX" me encuentro en la Web con unas ideas de David de Ugarte para la fogonear la polémica sobre la crisis de la ciencia.

Vaya, un libro que describe el Buenos Aires español (hasta 1810), haciendo chispas con unas quejas sobre el comportamiento actual de los eurodiputados españoles.

Unos links mas allá, manteniéndome en la linea de flotación de mi pantalla, voy a parar a una nota en el numero de Agosto del Atlantic Monthly, de Nicholas Carr, titulada Is Google Making Us Stupid? What the Internet is doing to our brains que ya dejara patitieso hace unos días a Alejandro Piscitelli y a Kevin Kelly, según leo en otros enlaces.

Asunto complejo este de ir por las superficies. Repaso: Torre Revello, David Ugarte, Nicholas Carr, Alejandro Piscitelli y otra vez al principio: Cris Anderson

Vamos por parte: Torre Revello era una rata de biblioteca que entre 1918 y 1935 se mantuvo incansablemente buscando y buscando en España documentos históricos, aún cuando desde Buenos Aires le habían dejado de enviar sus honorarios. De esos días surge el libro y la descripción de un modo porteño de ser católico y contrabandista a la vez.

Por otro lado, para David Ugarte estamos en un nuevo acto del drama Calvino vs el sacrosanto Concilio de Trento, ahora en clave digital.

Entiendo que David toca las cuerdas de una paradoja: los nórdicos europeos, protestantes, calvinistas (o primos de estos), van de los hechos a los pensamientos. Creen en la predestinación: no hay que elucubrar tanto, que para eso está Dios. Sin embargo han disparado una máquina infernal llamada Internet que funciona en reversa a su modo de vivir.

Las concepciones religiosas luteranas y calvinistas, que permitieron poner en el tope del prestigio del mundo capitalista al copyright y las patentes han entrado en un bucle: crearon una ética protestante que termina hoy desovando un animal llamado Google, que revierte todo al esquema medieval, al "pensar primero, actuar después".

Y recordemos lo que decía la Wired: Internet piensa, para que luego alguien o algo actúe, si es que lo hace. Epa, esto parece católico!

Es que los católicos piensan y luego actúan y repito: si es que lo hacen alguna vez. Como se ve claramente en el libro de Revello las imágenes, los gestos del colectivo y las leyes romanas recicladas operan endogámicamente para que nada se produzca, para que el universo siga tibio, quieto y nostálgico generación tras generación.

Ya el minero Head, relatando su viaje de 1825 por la primitiva Argentina, contaba que para un gaucho de la Pampa no había peor insulto que rechazarle el cráneo de vaca que ofrecía como asiento, mostrando así la raigambre hispana de poner el gesto por encima de todo.

Entonces me digo que es esto lo que dice la Wired: Google pega la vuelta a una nueva escolástica, que consistiría en pensar (mejor dicho que piensen los datos solos) y luego actuar.

En este lío andamos y acá aparece el proescritural de Carr y su idea de que Internet nos hace más estúpidos, que alguien está jugando con nuestro cerebro colectivo y claro, alguien nos tiene que enseñar.

Es que todo depende del cristal de intereses con los que se mira: que nuestra cognición singular y colectiva sea capaz de regenerarse puede ser visto por señores como Carr o Diego Levis como un problema horrible que puede hasta terminar con la ciencia tal como ellos la entienden, mientras que para otros es la oportunidad de barajar y dar de nuevo, de recrear y oxigenar prácticas de pocos para pocos, de devolverle la palabra a los actores y a las acciones.

Es que Carr y el resto de la troupe defensora de los derechos aristocráticos de la escritura nos agitan el peligro de la vuelta a la Edad Media, a la incertidumbre de los íconos y las polisemias no manipulables y al temor de la peste de memes: esto es lo que lo saca de sus buenas costumbres a Piscitelli, convirtiéndolo en un tardío boxeador en el ring de la Web.

Después de revolver todo este mondongo veamos que saca el tenedor: Argentina como exemplum de la deliberación infinita, de la ciencia aplastada por largos bastones y la capital mundiales del floggeo adolescente, el desarrollo del software y del rosqueo y la seducción chatera.

En esta ciudad de Buenos Aires y en la Argentina el show de la producción de papers que nadie lee es llevado a su máxima expresión, la meritocracia de la cita y del puesto ganado con el sudor de los contactos es la norma tal como describe Torre Revello: todo es apoyado en la interminable distancia del discutir para luego llegar a hacer algo, no mucho, solamente hacer.

Son las últimas imágenes de la ciencia letrada, es verdad, pero los problemas que tenemos por delante son bien difíciles, atenazados como estamos entre retrógadas escriturales y surfistas onirizados, saliendo de los corsarios ingleses para ir a parar a manos de contrabandistas sevillanos.

Lo veo en el campo de las psicoterapias, en la educación, en el periodismo, en el diseño, en el comercio, en la bioinformática: todo salta por los aires. Lo veo, pero ¿quien entiende el estallido?

Quizás una cita del libro de Torre Revello exprese el núcleo del asunto, cuando trascribe parte de una carta que escribe Santiago Liniers, luego de reconquistar para España la ciudad de Buenos Aires, que habían ocupado los ingleses: "...vienen aquí en la mayor parte polizones y desertores (españoles), los cuales despues que se enriquecieron quieren dominarlo todo, y hacerse los árbitros de la suerte de los demás, dando a la carrera de su ambición un impulso proporcionado a su falta de luces y de educación".

Creo que esta es la tarea por delante y lo que he intentado en este post: separar la paja de farsantes del trigo, perderle el miedo a lo digital y dejar que los datos y la información circulen por la red en la que cuelgan nuestros cerebros.

Es que mientras la ciencia espera a la parca en terapia intensiva, en la maternidad nace una nueva forma de conocer y diseñar el mundo. Y la cesárea no está tan fácil.

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