Customer Card

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futpro.jpg A mi hija Uma le dieron su primer carnet de socia del club.

Cada tanto se nos da un primer carnet, una entrada a una asociación que otros han producido larvadamente y que ahora podemos usufructuar.

En Argentina hay muchos carnets, pero también muchas puertas y muchos agujeros en los alambrados perimetrales.

Argentina es un país donde se nos enseña la forma de triunfar en el mundo: un día podemos mostrar orgullosos el carnet, pero al día siguiente el mismo empleado encargado del control nos hace un guiño, nos enseña que en realidad nosotros también somos de los que pueden entrar con la cuota atrasada o que a nadie le va a importar que usemos alguna artimaña para saltar el cerco.

Al día siguiente, como en un sueño, somos el mismísimo empleado repitiendo la comedia.

En Argentina somos invitados a la cocina de todo: los empleados alquilan las plazas públicas por sí, los políticos entregan el patrimonio público como si nada y hasta en los exámenes a los docentes se ponen en danza los machetes y las escrituras en las palmas.

Como los espartanos que convertían cada minuto de la vida en una preparación para la guerra, en Buenos Aires cada instante sirve para aprender a construir un túnel subterráneo entre dos puntos que deberían permanecer aislados: fondos públicos y particulares, conocimientos colectivos y derechos de autor, beneficios de pocos y deudas globales.

A Uma le dieron el primer carnet del club, y ella no lo sabe pero ha empezado su educación.

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