Quizás Mario Bunge tenga algo de razón cuando dice que Argentina no va a ninguna parte: a mi me gustaría decir que no viene de ninguna parte.
Al menos esta es una idea que se podría sacar de este libro-recopilación de Armando Zarate.
Es que cuando Argentina se estaba constituyendo como nación existieron proyectos más o menos auto generados, emergentes o propios del lugar como el de Dorrego o el de Quiroga y otros que, a la postre, fueron los que se impusieron desde afuera, que resultaron ser copias berretas, traducciones desde el ingles de las principales leyes y estatutos empresariales, chupadas de medias para que los hijos y los nietos la pasaran bien administrando pobreza de sus vecinos.
Por supuesto tanto Dorrego como Quiroga terminaron asesinados hasta en las "historias" oficiales (y no tanto) y bien se cuidan los maestros de no ensuciar sus lenguas con esos nombres.
Claro que uno piensa en estos tipos como encarnaciones de proyectos más que en carnes y huesos, pero no habría que olvidarse que les volaron los sesos como sigue sucediendo hoy en día, sino pregúntenle al gobernador de Neuquen.
Barranca Yaco: el lugar donde fue baleado y decapitado Quiroga junto con sus nueve acompañantes, uno de los momentos en los que cortajeó lo que podía ser.
No importa ya si Facundo Quiroga habría conseguido una constitución para el país, si hubiera sido capaz de soldar las diferencias delirantes entre unitarios y federales o si en vez de un Estado distribuidor de limosnas se hubiera fundado otro que favoreciera la participación activa de los trabajadores en la propiedad y en el manejo de la producción.
Este libro recoge perspectivas sobre Barranca Yaco desde los puntos de vista que escritores de aquella época y siguientes escribieron como pudieron y con lo que tuvieron a mano, donde quedan marcas de cada época y sobre todo una saga de anécdotas de las más locas, de las que pueden extraerse puntos de comprensión exquisitos.
Algunas:
El 16 de febrero de 1835 lo voltean a Facundo Quiroga de un pistoletazo en el ojo, exactamente en el lugar donde le habían advertido que sucedería, vestido con camiseta y calzoncillos.
Santos Pérez (el asesino) y los instigadores primarios, los hermanos Reynafé, son litografiados colgados en la Plaza de Mayo y miles de reproducciones son distribuidas por todo el país.
A otros ocho condenados se los envía a la ordalía: en un cántaro se ponen sus nombres y la suerte dirá si son colgados o enviados a la cárcel.
La galera donde fue consumado el asesinato fue exhibida durante días, con la sangre y los agujeros de los disparos.
Santos Perez fue entregado por una amante despechada y al ser llevado al patíbulo le dijo a la multitud: si tuviera un cuchillo...
Muchas pequeñas imágenes, quizás desde este fondo es que Bunge extrae que somos un país que no va a ningún lado. La Argentina no está yendo a ninguna parte.
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