Tango suburbano

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Universidad de Buenos Aires, Facultad de Medicina

A principios de la década del noventa trabajé como psiquiatra en el PAMI, el sistema de salud de los jubilados argentinos. Yo recién comenzaba y todo me parecía desordenado, alejado de lo que había aprendido en la facultad.

A veces tenía que bloquear algunas percepciones que me resultaban desconcertantes, para al menos poder avanzar como todos mis colegas. Por ejemplo: había que dejar de escuchar las cosas que me contaban muchos pacientes, porque sino no podría atender 20 pacientes por hora.

La paga en PAMI era miserable, el trato de los directivos e intermediarios peor, pero en aquel momento tuve una oportunidad que ya no tendré ni nadie tendrá, por más dólares que se inviertan: escuchar las historias de los últimos inmigrantes europeos al país.

Se que despues de 1900 hubo inmigración, pero no como aquella.

Hoy un viaje hizo que me acordara de dos de ellos, ambos de Gonzalez Catán y ya en mejor vida. Eran unos viejitos muy muy añosos a los que la vida los había arreado a las afueras de la ciudad de Buenos Aires, ese faro al que habían apuntado desde Europa, y ya sólo esperaban la parca en un enorme geriátrico sobre la ruta 3.

Ambos habían compartido sin saber varios intereses: el fútbol, el vino tinto, las carreras de caballos, el box y las mujeres.

Tenían también varios desintereses en común: el turismo, la lectura, el arte y compartían una repulsión que aún el día de hoy me cuesta aceptar que fuera así, porque ambos odiaban el tango.

Lo consideraban una costumbre de compadritos (no de compadrones o compadres), un entretenimiento de vagos, una música para los pies, una mezcla despreciable de sonidos que no respetaba ningún acuerdo entre melodía y ritmo.

Es decir: investían al tango de una serie de atributos que lo volvían para ellos algo despreciable, lo clasificaban dentro de las cosas que querían mantener lejos de sus vidas y de las de sus semejantes.

Yo había creído que el tango representaba la tristeza obligada pero dignamente llevada de una ciudad tan engañosa como ésta: la melancolía del negro esclavo sacrificado en las guerras que le eran ajenas, la del inmigrante enviado a conventillos a plantar tomates en macetas, la del obrero mal pago durante toda la vida, la del oficinista al que se le pasaban los días escribiendo en fichas de cartón.

Ambos abuelos compartían lo que consideraban una desgracia: sus hijos habían sido tangueros fanáticos.

Pude ver que el tango representa muchas cosas como éstas y más todavía: las milongas funcionando desde el mediodía todos los días, el turismo en San Telmo, las clases que dan mis viejos en el club de la esquina, el tango gay, el tango electrónico....

Aprendí así que hasta el tango es una construcción compleja, reticular, transitoria y porqué no inclasificable, de acuerdo a lo que entendí del libro que acabo de terminar de leer: Everything is miscellaneous, the power of the new digital disorder, de David Weinberger.

Nunca hubiera pensado que la vida de médico me iba a llevar a estas reflexiones, pero después de todo, ¿Como clasificar un médico?

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